lunes, 29 de julio de 2013

El drama musical paraguayo: el leitmotiv recurrente de la frustración artística.

Paraguay es un país abundante en artistas y caldo de cultivo de expresiones artísticas admiradas en el mundo. Esto es visto desde afuera. Sin embargo, dentro del país, la realidad es distinta. La profesión artística, en el contexto nacional,  no es reconocida como tal, en el sentido de actividad debidamente remunerada y respetada socialmente. Ni qué decir de constituir el sostén principal y ocupación primordial del individuo que ejerce la profesión en cuestión. Salvo contadísimas excepciones, el arte aquí es relegado a nivel de afición o hobby.

 

Pero aquí abordaré, específicamente, la situación de un género musical, difícil de explicar a la mayoría que carezca de formación elemental en este arte, y muchas veces víctima estereotipos peyorativos: la música clásica.  No es mi intención explicar aquí qué es realmente la música "clásica", también conocida con el nombre de música académica, sino abordar a grandes rasgos su problemática en el país, y atisbar alguna que otra humilde propuesta para intentar revertir la situación imperante.

 

El país ha conocido en el pasado grandes cultores de la música universal y pura – por citar unos pocos: Flores, Barrios, etc-, y actualmente conoce una nueva generación de músicos, Sánchez Haase y Berta Rojas siendo algunos, con una presencia sólida en los teatros y universidades internacionales. Sin embargo, pese a estas pocas estrellas que se tiene la suerte de disponer, las condiciones para fomentar el surgimiento de una 'oleada musical' en el Paraguay, con múltiples talentos jóvenes acertadamente aprovechados, y con abundante oferta y demanda escénica, están ausentes.

 

Para comenzar, estas escasas estrellas arriba levemente mencionadas, fueron formadas casi íntegramente en el extranjero. Es vox populi que nuestros conservatorios –estatales y privados- apenas preparan a los jóvenes para las condiciones de enseñanza del exterior, con mallas curriculares y didáctica obsoletas. Con profesores, a menudo nombrados por cuestiones políticas o amiguismo antes que por un reconocido currículum –lo cual es el caso de los conservatorios públicos-. Para hacer memoria, basta recordar a principios del 2012, la injusta y poco clara remoción del Mtro José Luis Miranda de la dirección del Conservatorio  Nacional de Música, quien intentó dinamizar y actualizar la institución.

 

Si bien ya disponemos de dos universidades que imparten música como formación superior (la Universidad Nacional de Asunción y la Universidad Evangélica del Paraguay), el nivel está aún muy por debajo de los estudios superiores en música de los países vecinos, llegándose incluso a admitir estudiantes que no leen música todavía.

 

Muchos talentos jóvenes son desperdiciados, ahogados y hasta eliminados por la situación abrumadoramente desfavorable de la enseñanza local, y son sólo unos pocos los que pueden buscar una salida al exterior. Una salida costosa y no apta para la mayoría.

 

Otra cuestión de suma importancia es la salida laboral del joven músico. Un músico profesional, de ser instrumentista,  debe tener al menos 4 a 8 horas diarias de práctica o bien, de estudio, si se dedica a las labores de dirección, arreglos o composición. Es una actividad, que de emprenderse cabalmente, no da –o no debería dar– lugar a otra ocupación.

 

Sin embargo, los espacios son escasos. Poseemos pocas orquestas que puedan absorber la oferta de músicos jóvenes que se está formando en los diversos conservatorios. Y constituyen las orquestas, y las compañías de ópera, los ámbitos laborales más estables que un músico clásico pueda aspirar. Pero aún así, la paga no siempre es la adecuada, teniendo que suplementar el magro salario con diversas labores de docencia. Y peor aún, los salarios suelen sufrir retrasos. Ni hablar de seguro social o jubilación.

 

Así, tenemos a muchos músicos nacionales que optan por trabajar y hacer carrera en el extranjero. El joven tenor paraguayo José Mongelós es un claro ejemplo.

 

Pero hay un problema más grave aún, que todo lo anterior: una tímida demanda, y como consecuencia, la falta de atención de parte de los sectores estatal y privado. Si bien hay un público fiel que llena los pocos escenarios, el mismo se mantiene estático, incrementándose solamente por la integración constante de nuevos estudiantes de música. Y esto es grave, puesto que el propósito de una obra musical es el de ser degustada no sólo por los músicos, si no principalmente por los no-músicos.

 

Incentivar la demanda es esencial para revertir todas estas situaciones, y es aquí donde debe ejercerse la mayor presión: conciertos gratuitos de estudiantes, proyecciones gratuitas de conciertos grabados, talleres abiertos para todo público, difusión por medios de comunicación, aprovechamiento de las redes sociales y el Internet. Desgraciadamente, en septiembre del año pasado, la FM Concert dejó de existir como radio de música clásica, pero esto puede suplirse, y hasta superarse, a través de muchos nichos que esperan ser aprovechados.

 

En la música específicamente, el público se educa, y por consiguiente, sin educación no hay público. Es por esto que muchas personas son reacias a la música clásica, sin embargo, esta barrera no es insalvable. Prueba de ello es el proyecto Sonidos de la Tierra, que ha logrado insertar la pasión por la música clásica entre los más desfavorecidos social y económicamente.

 

Por último, pero no menos importante, es urgente el cambio de paradigma en la financiación de la música clásica. Es apremiante dejar de ver al Estado como único financista y apoyo de la cultura. La iniciativa privada, el emprendedurismo, el mecenazgo y la constitución de OSL deben abrirse paso en el mundo de la música clásica, aprovechando la abundancia de talento y la cultura amiga de la musicalidad, propia de este país.

El incentivo a la demanda y la iniciativa no estatal –es decir, fuera de los círculos de corrupción y politiquería usuales- repercutirán en la mejor preparación de músicos trabajadores. Al fin, los conservatorios y universidades tendrán la oportunidad de marchar al ritmo de las exigencias artísticas profesionales, reteniendo talentos y hasta importándolos del exterior.

 

Estas humildes sugerencias, y seguro algunas otras que se me escapan, están encaminadas a este deseo, compartido por todos los sinceros melómanos que habitamos en este país: el de disfrutar una primavera musical a todo con el resto del mundo, donde respiremos los compositores de antes y los nuevos, y donde la música clásica sea reivindicada como la música en la cúspide de su pureza.