miércoles, 25 de junio de 2014

Ayer y hoy, y siempre. COSMOS



 La Ciencia, vencedora de la poesía.










La divulgación científica siempre ha padecido un ligero desdén en los medios masivos. Pero he aquí que el famoso astrofísico, Neil deGrasse Tyson - el mismo que diera rostro a uno de los memes más virales de Internet- impuso su sueño de continuar con la titánica labor del legendario Carl Sagan. 





La Era pre-científica o el Reino de las Sombras


“El nacimiento de la ciencia  fue la muerte de la superstición” - Thomas Henry Huxley

El conocimiento, anterior a la Revolución Científica (siglo XVI en adelante) era un cúmulo de mitos, veneraciones a un pasado idealizado y por sobre todo, un temor encarnizado hacia la mejora de la condición humana. Era el dominio de la leyenda, y sus estudiosos, mitólogos.

En el medioevo, las matemáticas eran una disciplina esotérica, vil, y la totalidad de los estudiosos prefería cultivar la gramática, la retórica y la filosofía. El saber era por sobre todo, conservador, ya que el ideal era mantener un orden establecido. El conocimiento no podía avanzar, sólo podía protegerse. Protegerse del progreso y, más importante aún, de las personas.

Pero la sóla lengua es incapaz de atener la inmensidad del Cosmos, y las matemáticas tuvieron que escapar de su prisión. Nacieron nuevas ciencias, liberadas del yugo de la filosofía. Emancipadas del pasado, se lanzaron al descubrimiento más fascinante que la humanidad haya realizado.

El descubrimiento de la ignorancia.

Profetas colosales como Giordano Bruno o Isaac Newton descubrieron que los castillos mitológicos, que encerraban la mentalidad colectiva, eran tan sólo eso: fábulas. La humanidad en realidad no disponía de ninguna seguridad y la incertidumbre era total. No sabíamos absolutamente nada.

Así nació la Ciencia, lo más grande que la especie humana haya podido concebir jamás. Lo único que permitió al hombre tocar los cielos, vencer las enfermedades y enseñorear la tierra.

Emergiendo de las Sombras

“En la Ciencia la única verdad sagrada, es que no hay verdades sagradas” –  Carl Sagan

La Ciencia, lejos de ser una contienda contra la ignorancia, es una aceptación perpetua de ésta. Su verdadera adversaria es la arrogancia, es el creer que todo está resuelto y definido. Y para tener consciencia de ello, es indispensable despertar del confort de lo fantástico. Abrazar la duda y el asombro. Vivir en un cuestionamiento perpetuo.

Es aquí donde interviene la divulgación científica, luminaria que impide que volvamos al Reino de las Sombras, que todavía acecha nuestra civilización. Porque tan importante como la ciencia misma es su divulgación, de lo contrario  padeceríamos la gangrena intelectual propia de la Edad Media.

Carl Sagan
A finales del siglo XX contamos con la tenaz labor  del astrofísico y divulgador científico estadounidense Carl Sagan.  Recordemos brevemente que Sagan incursionó en la literatura de ciencia ficción con la exitosa novela, devenida película, Contacto.

Cosmos: Un viaje personal (1980) es quizá el opus mágnum, en cuanto a divulgación científica, de Sagan, Fueron trece episodios magistrales que quedaron grabados perpetuamente en la memoria de ya dos generaciones.

“El Cosmos es todo lo que es o lo que fue o lo que será alguna vez” pronunció el ya fallecido científico en su primer episodio, mientras la magnífica música de Vangelis dejaba su impronta a la par de los sublimes dichos del astrofísico.

El corto, pero contundente, legado audiovisual produjo una nueva generación de jóvenes amantes de la ciencia. Carl Sagan avivó la curiosidad científica de una miríada de niños y adolescentes, quienes a menudo son los primeros en sufrir el anquilosamiento impuesto por el mundo adulto y conformista.

Entre esos pequeños se encontraba el mismísimo Neil deGrasse Tyson, quien apenas siendo un muchacho conoció a Carl Sagan. Y ese encuentro selló el destino del joven deGrasse Tyson. Se volvería científico y exploraría el universo, de la mano de su ídolo de la juventud.

Una Odisea Estelar

Neil deGrasse Tyson
Décadas  después del fin de la serie original, la viuda de Sagan junto con deGrasse Tyson decidieron continuar con el legado del desaparecido astrofísico, sembrando el amor por la ciencia en las nuevas generaciones.

Muchos años de insistencias y puertas cerradas encontraron ante la resurrección del proyecto de Cosmos, pero no fue sino hasta contar con el apoyo de Seth MacFarlane (Padre de Familia) que el anhelo se concretó.

Y vió la luz Cosmos: Una Odisea del Tiempo y del Espacio, el 9 de marzo del 2014. Treinta y cuatro años después del pionero Carl Sagan. Este año se abrió un portal más grandioso, más fresco, más empíreo que nunca. Es que la nueva  serie es digna sucesora de la original.

Algunos de los héroes del nuevo Cosmos.
Ahora cuenta con la excelsa banda sonora del afamado Alan Silvestri y con unos efectos visuales extraídos de lo mejor del cine. Nada más acorde a la época audiovisual que impera. El nuevo Cosmos está para crear leyenda.

Y el primer episodio embistió soberbiamente. La Nave de la Imaginación -esa nave que nos lleva a conocer y admirar lo más recóndito de la naturaleza y que no tiene otro límite más que el de la imaginación- nos invitó a conocer la edad misma del Universo.

Pero esa no fue la historia más maravillosa que nos haya mostrado el primer episodio de esta Odisea del Espacio y del Tiempo.

El Cosmos en tus ojos

“En cada hombre, en cada individuo, se contempla un mundo, un universo” – Giordano Bruno



Un monje napolitano tuvo un sueño. La sábana de la ignorancia, que nos hacía creer ser el centro del universo, daba paso a un inconmensurable espacio repleto de estrellas y mundos similares al nuestro. Y la diminuta e insignificante Tierra jamás fue el centro de nada. El Sol era el centro, y como él, había otros soles que tenían sus planetas.

El monje quedó maravillado ante tal impensable revelación. En su mente, fervientemente religiosa, veía la evidencia fehaciente y definitiva de un ser superior en esa magna teoría. Pero corría el siglo XVI, la Inquisición merodeaba e imponía el terror. El estrecho mundo colectivo no estaba preparado aún para asomarse a un horizonte desconocido.

Giordano Bruno se llamaba este ingenuo monje. Pagó con su vida quebrantar los límites del mito y concebir algo más grande, superar con la imaginación la oscuridad imperante.
Giordano Bruno en Cosmos.
La serie emplea mucho la animación
y logra así una narrativa más afable

Quizás, al morir en la hoguera, haya palpado esas estrellas que lo acompañaron durante décadas en el calabozo.

Quizás, si fuésemos así de soñadores como él, si pudiésemos concebir quimeras y abrirnos a lo ignoto, munidos tan sólo del asombro, ¡quién sabe qué más podría descubrir la humanidad!

Lawrence M. Krauss, un físico y también divulgador de la ciencia, había comparado en alguna ocasión a la ciencia con las bellas artes. ¡Cuánto ingenio se requiere para elaborar una novela! ¡Cuánta técnica para esbozar un dibujo o una escultura o una canción! Pero, ¿y las teorías científicas? Ellas también requieren de ingenio y destreza, y plasman belleza, por sobre todo. ¿Quién no escucha la música de los astros? ¿Quién no contempla el majestuoso cuadro que es nuestra galaxia?

Y Cosmos: Una Odisea del Tiempo y del Espacio nos recuerda que la ciencia es también arte. Que en el conocimiento están también la belleza y la armonía.  Que conociéndonos a nosotros mismos, polvos de estrellas, encontramos ese indescriptible gozo, superior al de cualquier sinfonía.


  Publicado en la Revista WILD, mes de junio 2014.