La Ciencia, vencedora de la poesía.
La divulgación científica siempre ha padecido un ligero
desdén en los medios masivos. Pero he aquí que el famoso astrofísico, Neil deGrasse
Tyson - el mismo que diera rostro a uno de los memes más virales de Internet- impuso su sueño de continuar con la
titánica labor del legendario Carl Sagan.
La Era pre-científica
o el Reino de las Sombras
“El
nacimiento de la ciencia fue la muerte de la superstición” - Thomas Henry Huxley
El conocimiento, anterior a la Revolución Científica
(siglo XVI en adelante) era un cúmulo de mitos, veneraciones a un pasado
idealizado y por sobre todo, un temor encarnizado hacia la mejora de la
condición humana. Era el dominio de la leyenda, y sus estudiosos, mitólogos.
En el medioevo, las matemáticas eran una disciplina
esotérica, vil, y la totalidad de los estudiosos prefería cultivar la
gramática, la retórica y la filosofía. El saber era por sobre todo,
conservador, ya que el ideal era mantener un orden establecido. El conocimiento
no podía avanzar, sólo podía protegerse. Protegerse del progreso y, más
importante aún, de las personas.
Pero la sóla lengua es incapaz de atener la inmensidad
del Cosmos, y las matemáticas tuvieron que escapar de su prisión. Nacieron
nuevas ciencias, liberadas del yugo de la filosofía. Emancipadas del pasado, se
lanzaron al descubrimiento más fascinante que la humanidad haya realizado.
El descubrimiento de la ignorancia.
Profetas colosales como Giordano Bruno o Isaac Newton
descubrieron que los castillos mitológicos, que encerraban la mentalidad
colectiva, eran tan sólo eso: fábulas. La humanidad en realidad no disponía de
ninguna seguridad y la incertidumbre era total. No sabíamos absolutamente nada.
Así nació la Ciencia, lo más grande que la especie humana
haya podido concebir jamás. Lo único que permitió al hombre tocar los cielos,
vencer las enfermedades y enseñorear la tierra.
Emergiendo de
las Sombras
“En la Ciencia la única verdad
sagrada, es que no hay verdades sagradas” –
Carl Sagan
La Ciencia, lejos de ser una contienda contra la
ignorancia, es una aceptación perpetua de ésta. Su verdadera adversaria es la
arrogancia, es el creer que todo está resuelto y definido. Y para tener
consciencia de ello, es indispensable despertar del confort de lo fantástico.
Abrazar la duda y el asombro. Vivir en un cuestionamiento perpetuo.
Es aquí donde interviene la divulgación científica,
luminaria que impide que volvamos al Reino de las Sombras, que todavía acecha
nuestra civilización. Porque tan importante como la ciencia misma es su
divulgación, de lo contrario
padeceríamos la gangrena intelectual propia de la Edad Media.
Carl Sagan |
A finales del siglo XX contamos con la tenaz labor del astrofísico y divulgador científico
estadounidense Carl Sagan. Recordemos
brevemente que Sagan incursionó en la literatura de ciencia ficción con la
exitosa novela, devenida película, Contacto.
Cosmos: Un viaje
personal (1980)
es quizá el opus mágnum, en cuanto a
divulgación científica, de Sagan, Fueron trece episodios magistrales que
quedaron grabados perpetuamente en la memoria de ya dos generaciones.
“El Cosmos es
todo lo que es o lo que fue o lo que será alguna vez” pronunció el ya fallecido científico
en su primer episodio, mientras la magnífica música de Vangelis dejaba su impronta
a la par de los sublimes dichos del astrofísico.
El corto, pero contundente, legado audiovisual produjo
una nueva generación de jóvenes amantes de la ciencia. Carl Sagan avivó la
curiosidad científica de una miríada de niños y adolescentes, quienes a menudo
son los primeros en sufrir el anquilosamiento impuesto por el mundo adulto y
conformista.
Entre esos pequeños se encontraba el mismísimo Neil
deGrasse Tyson, quien apenas siendo un muchacho conoció a Carl Sagan. Y ese
encuentro selló el destino del joven deGrasse Tyson. Se volvería científico y
exploraría el universo, de la mano de su ídolo de la juventud.
Una Odisea
Estelar
Neil deGrasse Tyson |
Décadas después
del fin de la serie original, la viuda de Sagan junto con deGrasse Tyson
decidieron continuar con el legado del desaparecido astrofísico, sembrando el
amor por la ciencia en las nuevas generaciones.
Muchos años de insistencias y puertas cerradas
encontraron ante la resurrección del proyecto de Cosmos, pero no fue sino hasta contar con el apoyo de Seth MacFarlane
(Padre de Familia) que el anhelo se
concretó.
Y vió la luz Cosmos:
Una Odisea del Tiempo y del Espacio, el 9 de marzo del 2014. Treinta y
cuatro años después del pionero Carl Sagan.
Este año se abrió un portal más grandioso, más fresco, más empíreo que
nunca. Es que la nueva serie es digna
sucesora de la original.
Algunos de los héroes del nuevo Cosmos. |
Ahora cuenta con la excelsa banda sonora del afamado Alan
Silvestri y con unos efectos visuales extraídos de lo mejor del cine. Nada más
acorde a la época audiovisual que impera. El nuevo Cosmos está para crear leyenda.
Y el primer episodio embistió soberbiamente. La Nave de
la Imaginación -esa nave que nos lleva a conocer y admirar lo más recóndito de
la naturaleza y que no tiene otro límite más que el de la imaginación- nos
invitó a conocer la edad misma del Universo.
Pero esa no fue la historia más maravillosa que nos haya
mostrado el primer episodio de esta Odisea del Espacio y del Tiempo.
El Cosmos en tus
ojos
“En cada hombre, en cada individuo, se
contempla un mundo, un universo” – Giordano Bruno
Un monje napolitano tuvo un sueño. La sábana de la
ignorancia, que nos hacía creer ser el centro del universo, daba paso a un
inconmensurable espacio repleto de estrellas y mundos similares al nuestro. Y
la diminuta e insignificante Tierra jamás fue el centro de nada. El Sol era el
centro, y como él, había otros soles que tenían sus planetas.
El monje quedó maravillado ante tal impensable
revelación. En su mente, fervientemente religiosa, veía la evidencia fehaciente
y definitiva de un ser superior en esa magna
teoría. Pero corría el siglo XVI, la Inquisición merodeaba e imponía el terror.
El estrecho mundo colectivo no estaba preparado aún para asomarse a un
horizonte desconocido.
Giordano Bruno se llamaba este ingenuo monje. Pagó con su
vida quebrantar los límites del mito y concebir algo más grande, superar con la
imaginación la oscuridad imperante.
Giordano Bruno en Cosmos. La serie emplea mucho la animación y logra así una narrativa más afable |
Quizás, al morir en la hoguera, haya palpado esas
estrellas que lo acompañaron durante décadas en el calabozo.
Quizás, si fuésemos así de soñadores como él, si
pudiésemos concebir quimeras y abrirnos a lo ignoto, munidos tan sólo del
asombro, ¡quién sabe qué más podría descubrir la humanidad!
Lawrence M. Krauss, un físico y también divulgador de la
ciencia, había comparado en alguna ocasión a la ciencia con las bellas artes.
¡Cuánto ingenio se requiere para elaborar una novela! ¡Cuánta técnica para
esbozar un dibujo o una escultura o una canción! Pero, ¿y las teorías
científicas? Ellas también requieren de ingenio y destreza, y plasman belleza,
por sobre todo. ¿Quién no escucha la música de los astros? ¿Quién no contempla
el majestuoso cuadro que es nuestra galaxia?
Y Cosmos: Una
Odisea del Tiempo y del Espacio nos recuerda que la ciencia es también
arte. Que en el conocimiento están también la belleza y la armonía. Que conociéndonos a nosotros mismos, polvos de estrellas, encontramos ese
indescriptible gozo, superior al de cualquier sinfonía.