jueves, 6 de diciembre de 2012

"De cómo un alma bienaventurada huyó del paraíso celestial" - cuento de Chester Swann







          Tomadme por loco si queréis, mas no dudéis de las palabras de este  servidor. No me ofende  profesar  el  desvarío  ni  la poesía contenida en los sutiles suspiros insondables del cosmos  y que aún laten en mi interior.

La santa locura de lo místico me  impulsó  en vida  a la búsqueda de  lo absoluto, obcecándome neciamente en el mal llamado Sendero de la  Bienaventuranza.  Conseguí tras negármelo todo a mí  mismo por la vida, trasponer las puertas del Paraíso tras mi desencarnación física, pero... ¡a qué precio, amigos!  Me autoflagelé con el  látigo de la templanza, me marginé con las alambradas espinosas  de  una falsa humildad, e inmolé los  goces de  la materia viviente,  en el ara hipócrita  de las virtudes farisaicas.  En  fin, me torturé ¿santamente?  para tener  el dudoso privilegio de integrar la legión de los castísimos bienaventurados. Es decir, de los enemigos de la efímera alegría que endulza —de tanto en tanto— nuestra azarosa pasantía en el Valle de Lágrimas. 

No negaré la dicha que me produjo mi  ingreso  al  Empíreo tras  la  muerte física. Todo luz, todo claridad;  música angélica de galácticos instrumentos  y espirituales vo­ces de cristalino timbre... ¡al  punto  del hartazgo! La  mistérica y severa paternalidad del viejo  demiurgo Sabaoth nos inspiraba  más  temor  que amor. Sus hieráticas huestes angélicas, de filosas y flamígeras espadas  y  candentes  adargas,  no  nos hacían sen­tir libres ni  filiales.  Más  bien, sentíame  poseído   por   alguna  pesada  y  omnipotente  burocracia celestial,  si no alimento de ella o algo peor.    

Una perspectiva de eternidad en el paraíso llegó a hacérseme  insufrible hasta las heces. Ciertamente no padecía esas sensaciones corpóreas de sed, hambre, dolor, vacuidad o plenitud. Tampoco experimentaba la cruda dureza de las expiaciones  a que me sometí en vida física  para poseer la corona de los Elegidos del Señor; pero cierto tufillo de decepción  y  tedio se extendió a lo largo, alto y ancho de mi alma  —sin cuerpo que la apri­sionara ni mente falaz que la tentase—  y lo luminoso fuese tornando gris y casi opacente, lo musical fue haciéndose ruidoso, lo laxo volvióse  tenso, cual  arco saetario de los Guardianes del Umbral. En fin, la dicha inicial tornóse en aburrimiento grisáceo ad æternum.

Por otra parte, la inacción beatífica y las  reglamentarias ala­banzas corales al Más Alto, se tornaron irritante y lacayuna  rutina celestial. Sinceramente, no esperaba todo esto cuando anhelaba “la salva­ción eterna”. Como alma bienaventurada no disponía de opciones. Ni si­quiera un tour  por alguno de los purgatorios,  una expedición  explora­toria al submundo del Averno (¡ida y vuelta, por supuesto!), o visitas furtivas a la legendaria Gehena. Debía, como todos, permanecer entre las almas castas y puras (ergo; aburridas e insulsas) que habían malgastado sus vidas físicas para llegar al  mítico Paraíso Celestial. Fue al darme cuenta de todo ello y razonar sobre lo que me aguardaba, que decidí meditar el modo de huir de la diestra del Padre;  con todas las consecuencias que ello me deparase.

El Paraíso no tiene  murallas visibles, rejas  ni candados. Pero si difícil es vivir duramente —castigándose con cilicios, penitencias y cáli­das meaculpas—  para ingresar en él,  imposible o poco menos es salir  de allí. Siglo  tras siglo lo intentaba, mas nadie se daba por enterado de mi hastío y  urgentes deseos de evasión de la Patria Celestial. Ni tan siquiera los ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tronos, potestades y archidones de la celestial cohorte jerárquica, redoblaron la férrea y administrativa vigilancia de las puertas intangibles y las inviolables fronteras celestes. Simplemente  me ignoraron  o quizá fingieran hacerlo.

         Si por lo menos aquéllo  fuese el  tal “paraíso terrenal”, de sabrosos frutos y colorida  flora ubérrima,  tal vez  me sintiese más a mis anchas, como diría algún grosero marino gallego.  Pero en el universo dimensional de la no-forma, todo es espiritual y puro  —tal vez para evitar nuevas incursiones fálicas de la tentadora sierpe de la sabiduría—, previendo el peligro de recaídas y ocultas subversiones con­tra la deidad altanera, feroz y omnipotente, ¡vaya uno a saber! Hasta hubiese deseado profesar el nihilismo  nietzscheano para ser juzgado por la celeste inquisición y expulsado nuevamente al mundo, o donde quiera que hubiese vida.

Naturalmente, la comunicación  con  el caluroso Hades era imposible. En cuanto a los limbos purgatorios, estaban  más cerca del mundo terrenal, pero alejados —en años-luz— de nosotros los espíritus bienaventurados  per sæcula sæculorum  para desgracia mía.

Busqué la compañía de otros espíritus como yo, consumidos por el tedio eternal y cuya efímera existencia física se hubiese carac­terizado por el desapego y la negación de sí mismos. Es decir: santurro­nes, beatos, ciegos devotos del áspero fanatismo del cilicio penitencial y enemigos de la belleza, la alegría, la sabiduría filosófica y el excitante goce de la espe­culación intelectual. De seguro, estarían tan arrepentidos como este servidor  de haber desperdiciado  sus sentidos y su vida terrenal e irrepetible, persiguiendo exageradas quimeras celestiales y escatológico cual dudoso cielo. Pensé que tal vez me comprendiesen y compartieran  mi hastío.

Encontré ¡oh, desgracia! un alma, que en vida fuera monje dominico; ascético, cruel, apasionado y algo  perverso, como salido de la delirante imaginación de Sade.  Ganó éste, su  si­tial  paradisíaco delatando a divertidos herejes, más devotos de la carne y el buen vino que de lo demoníaco o maligno. Pero cuando supe que su nombre fue sinónimo de torquemadismo sádico, huí de su compañía como de  mortífera peste. ¡Hasta podría haber sido el mismísimo Torquemada!
Otra alma que  conocí en las alturas se me reveló como deten­tora, en su vida terrenal, de gloria y  poder  omnímodo como vicario del Señor. Pero sus muy tortuosos métodos de evangelización no gozaban de buena fama.  Habría sido Papa, con el nombre de Rodrigo Borja o Alejandro VI —quien tuvo hijos bastardos e incestuosos y sobrinos criminales—,  siendo él mismo, protervo y falaz. Quizá su tardío arrepentimiento lo trajo —aunque a tientas—  al Paraíso. Tampoco pude relacionarme con tal empedernido bellaco, que bien supiera de epicureísmo antes que de aristotelismo.

Procuré conocer algunos lúcidos espíritus angélicos desconten­tos, como los que se sublevaran eones atrás contra el demiurgo y engro­saran las huestes subversivas de Lilith y Belial. Tal vez fuesen éstos más permeables —a las ideas libertarias que no libertinas que serpenteaban en mí— y me condujesen a secretos pasadizos de salida. No lo conseguí. Un ángel  de andrógino aspecto de nombre Anaël, casi delató mis pro­pósitos a la jerarquía. Todos los ángeles de dudosa o tibia fidelidad fueron exportados o deportados al Hades, junto con su caudillo rebelde; el luminoso  arcángel Luth Baal.

Los muchos que quedaron  en  el Empíreo eran fidelísimos y fanáticos vasallos del  Más Alto. Incluso éstos, reprobaron mis tí­midas insinuaciones acerca de una liberación.  Si no delataron mis intenciones, sería por la escasa importancia de un alma perdida en el océano beatífico. Mas me sometieron a  discreta vigilancia para evitar la propagación de ideales contrarios a los imperantes en la Gloria Celestial.

Me incorporaron —medio forzadamente, justo es reconocerlo— a un coro de Elegidos, donde bien poco pude hacer para lograr mi meta. Hube de entonar salmos, elegías, misereres, alabanzas, oraciones, letanías, endechas, odas, loas, jaculatorias y aleluyas al demiurgo —pese a mi reluctancia— sin disponer de tiempo libre para maquinar fugas imposibles. Todas las vías  estaban vedadas  a la evasión tan largamente anhelada.        
                  
La desesperación que me atenazaba aumentaba  en forma exponencial y geométrica, sin alivio ni respuesta. ¿No habré pretendido la gloria y, por causa de mi vanidad llevado a una suerte de infierno conceptual e incognoscible? No lo sé aún. Apenas tenía respiro entre un salmo y otro. Hasta deliraba creyendo ver desnudas Evas entre las numerosísimas legiones de almas luminosas que me rodeaban. Mi tensión experimentaba estados rayanos en lo esquizoide, sin alivio posible. Llegué a razonar que mi presencia en ese lugar era más bien producto de algún craso error burocrático de la Jerarquía, que de mi  piedad  terrenal.

            Tampoco parecía notar descontento entre las miríadas de espíritus  que me rodeaban hasta casi asfixiar mi angustia. Todos aparentaban estúpidamente eufóricos y horriblemente beatíficos, cual si estuviesen poseídos por alucinógenos alteradores de conciencia. Parecían éstos efectivamente gozar de su servilísimo sometimiento al demiurgo Sabaoth o Ialdabaoth; también conocido como Yah’Veh o Tetragrammatón, para quien en-­tonábamos himnos  zalameros y alabatorios y alguno que otro ¡hurra!  de militantes ultras,  beodos, retros y  desbocados de opus ætillicum. Mi desazón continuaba  en ascenso; como los calenturientos deseos que me impulsaban hacia lo fisicarnal, febril e hiperbólico.


Si tuviese corazón acabaría éste por  estallarme de tensión,  sin duda. Llegué a pensar que mi presencia en el Empíreo fuese algo así como una especie de cópula contra natura. ¡No sabéis lo que implica sentirse sapo de otro pozo; como monja en burdel, Lenin en el Escorial; cardenal en el Kremlin o político paraguayo en Harvard! ¡Más desubicado, imposible!

En  vida física supe lo que era  rendir  culto  y fiel  devoción  de  lealtad a inmisericordes tiranos. Si bien, traté de mantenerme apartado de cortesanas pompas,  fui —alguna que otra vez—  impelido a besamanos y vasa­llaje y  hasta  a  humillantes  sesiones de Te Deums,  ofrecidos por el príncipe de turno,  agradeciendo a la divinidad por su totalitario poder. Mas, nada comparable a la seráfica y beatífica tiranía de un ser supremo  —o que por lo menos cree serlo—  aduladores y necios fanáticos  mediante.

He visto, en vida terrenal,  a legiones  de sacerdotes  y  purpurados  cometer sacrilegios que, a cualquier infeliz llevarían al patíbulo o la hoguera seglar. He sido testigo de deslices pecaminosos, de insospechables esposas del Señor, amparadas en el secreto de confesión y en su abolengo. Fui  conocedor   de crímenes y asonadas palaciegas en nombre de lo más sacro;  de incestos y aberraciones clericales y laicas, dignas de anatema. Hasta  he firmado bulas y enchiridiones   —contra reales o supuestos herejes y relapsos— con lo cual, sobradamente me hubiese correspondido un sitial en el reino de Baal Z'ebuth o en las profundidades  visitadas por el divino Dante. ¡Pero ya era tarde entonces para arrepentirme de todo lo que no hice!

Y heme entonces en las alturas, en el coro de los escogidos,  maldiciendo el tedio  de la pura y  eternal  bienaventuranza de los corderos, o dicho mejor: carneros del Señor. Evidentemente, las Leyes Cósmicas deben tener algunas fallas u omisiones. Reconocí entre las innúmeras almas a tantos pecadores como virtuosos arrepentidos, sublimados por algún craso error del  solemnísimo  aparato de las pompas celestiales, quienes creen aún disfrutar del privilegio de su condición de supina ignorancia y beatitud  y, donde uno, no está seguro de cuál precede a cuál, ni de las supuestas virtudes  de ambas.  Sólo sé, que son mucho más felices los ignorantes o  mediocres que el sabio estoico y el filósofo, curtidos en el dolor y la duda: esa madre sufrida del saber.

¿Qué cómo logré finalmente huir de la bienaventuranza ce­lestial?   Bueno, me enteré por  infidencias de un  espíritu  pobre  de solemnidad —uno de esos bobos que aspiran a heredar el reino—, de que un grupo de querubes de  inferior jerarquía entre los fieles legionarios divinos, partiría al mundo material en misión de agents provocateurs,  para tratar de conquistar almas para el demiurgo. ¡Es que los luciferinos cose­chaban conciencias que daba pánico! El demiurgo, Yahvéh-Ialdabaoth —también conocido como el innombrable, Altísimo, Bendito o Tetragrammatón  Tetragrammatwn el de los cuatro grafemas)—, es celoso y terrible cuando de almas y  teolatría se trata, y no toleraba disidencias a su culto.

Me ofrecí como fiel voluntario para reencarnar en la Tierra. Si bien, no las tenía todas conmigo y ciertos vigi­lantes dudaban de mis propósitos, logré eludir  los rígidos controles de las alturas siendo  admitido a dicha Misión proselitista. Sólo faltaban unos trámites de personalización acerca de los seres cuya identidad asumiríamos en el llamado “Valle de Lágrimas”, para partir luego a renacer  en el cuerpo de un futuro predicador fundamentalista neotestamentario de fustigante lengua, dudosa moral y  apocalíptica verborragia. ¡Lo que fuese con tal de abandonar el Paraíso!

¿Se darían cuenta de mis intenciones? Es probable, pues el demiurgo es casi omnisciente y era muy probable que adivinara mis sentimientos. Pero estaba seguro de que mi presencia en el Empíreo estaba demás.  Amo demasiado la libertad para gozar  de la celestial prisión y de sometimiento alguno a nadie que no fuese mi propia conciencia.

Mas, para que mi plan saliera bien, era preciso asumir mi calidad de evadido del Reino de los Cielos. Sería  eternamente proscrito, sin acceso a los avernos ni regreso posible. Mi nombre sería puesto en anatema y borrado para siempre de los angélicos registros. Me tornaría maldito como el Judío Errante, como Baruch de Spinoza, Voltaire, Nietzsche o como las derruidas murallas de Jericó y Cartago. Hube de sopesar todas las mínimas posibilidades y asumir las consecuencias de mis afanes libertarios.

Al final, me decidí por la libertad. ¡Y heme aquí, en este planeta, entre vosotros;  condenado por siempre a vivir, morir, renacer  y  re-morir, volviendo a  renacer y a recontra-morir  hasta el final de los tiempos! 

Mas, les puedo asegurar que ha valido la pena.  Nada como el libre albedrío de elegir entre la razón y la sinrazón; entre la esclavitud áurea, o la  subterránea  libertad; entre la implacable justicia y la hipócrita caridad;  entre  ser cínico  fariseo o vil publicano, virgen o Magdalena, opulento o miserable. ¡Todas las vidas y pasares me estarán eternamente permitidos! Hasta podré  ejecutar  los doce trabajos de Hércules e incluso, ejercer el oficio de pecador impenitente o santo irredento, sin temores de ultratumba ¡total, ya estuve allí!  Tiempo es lo que me sobra. 

Han marcado mi frente con el estigma de Caín, por lo que nada ni nadie podrá hacerme daño jamás. ¡Y no se imaginan ustedes las ganas de vivir y la famelitud de sensaciones que llevo conmigo! 

¡Alcáncenme  una guitarra, una copa de vino generoso y que prosiga la fiesta! 



(1er. Premio del VI Concurso Club Centenario 2000)

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Chester Swann, o el Lobo Estepario, toda una leyenda que habita en esta isla rodeada de tierra (sin limitarse a ella): escritor y músico, pero no sólo eso: es además poeta, ilustrador, diseñador, pintor, artesano y fungió otrora de periodista y caricaturista. Pero por sobre todo, el se define como hombre rebelde, como ácrata y comunicador/luchador contra la estupidez reinante. Sin amos ni dioses. 

Todo un hombre Renacentista (¿o futurista?) completamente discordante con la imbecilización actual, como él lo diría. 

Víctima de la dictadura stronista, pionero involuntario del rock paraguayo, escritor prolífico de obras irreverentes, sublimes y agudas que están inmortalizadas en el ciberespacio (www.tetraskelion.org) . Habitante del Cosmos que lo ha retratado en sus pinturas,  y por sobre todo, portador de la Luz. 


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viernes, 30 de noviembre de 2012

El diluvio de la Mesopotamia Paraguaya


Un día después, cuando el sol se asomó y descubrió su temple ante la pasada catástrofe, Utnapishtim González sobaba su tereré en su embarcación, que estaba encima de lo que otrora se conocía como "Plaza Uruguaya".

Orgulloso y tranquilo, no pudo creer aún que era quizás era uno de los pocos sobrevivientes de la antigua mesopotamia paraguaya, quizás el último varón adulto, y que después de él se hablaría de la "extinta raza paraguaya". En la memoria de sus hijos, Asunción no sería más que un mito de la estirpe de la Atlántida -sólo que sin sus adelantos ni nobleza ni belleza-.

Pero el problema radica en que la diosa Tiamat siempre aborreció la mesopotamia paraguaya, aún antes de que ésta existiese, cuando sus futuros habitantes eran aún pueblos nómadas con las carnes descubiertas.

Tiamat advirtió a los dioses Annunaki su odio por la mesopotamia paraguaya, especialmente a las gentes que emanaban de sus barros, por eso ella les suplicó que alejen esa abominable tierra de ella, y esa es la razón por la que la mesopotamia paraguaya nunca lindó con las pieles de Tiamat.

Sin embargo, la distancia sola no pudo hacer olvidar a Tiamat de su aversión por tal territorio. Las acciones de sus pobladores: antropófagos, usureros, ladrones, vulgares y enajenados  llegaban al conocimiento de la diosa. Así, la diosa permitió el paso de toda clase de infortunios a sus fronteras a través de la ayuda del dios Enlil con sus imbatibles vientos, amenazando a sus pobladores.

Así cada generación estuvo sometida a los peores de sus exponentes, devorando a los más débiles y privando a los restantes de las nociones elementales de la causa y el efecto y lo falso y verdadero. Los seres de barro mesopotámicos vivían en un mundo impregnado de mitos y estupidez, exceso y aniquilación, despojo e injusticia, pilares no sólo de su propia destrucción, sino la de aquellos que rozasen con ellos.

Tiamat un día, al ver esos patéticos homúnculos de barro deleitándose en las más subterráneas bajezas, que hasta avergonzarían a los demás miembros del reino animal compartir clasificación con tales entes, grito ¡BASTA!.

Con toda violencia arrojó a los océanos, elevó los lagos y desbordó los ríos, con la ayuda de su fiel esposo Apsu. Las olas adquirieron una monstruosa altura que pareciera que engulliría la tierra entera, sin embargo las aguas solamente apuntaron a aquella mesopotamia. 

Pero muy antes de eso, Tiamat se dirigió a Utnapishtim, el único morador que la diosa apreciaba de aquella tierra, y entregándole un collar dijo: "Construye una embarcación, y sube en ella a los tuyos y tus animales. Sólo tú te salvarás, y de ti emanarán nuevas y mejores sociedades"

Así fue como ocurrió todo. 

Así fue como desapareció aquel enclave de perpetua decadencia.

Fue el agua, no el fuego, el artífice de esa destrucción creativa. 

El agua, en su nobleza, demostró el poder de la creación sobre lo creado. Con su impetuosidad calma y purificadora, arrastró consigo a esas criaturas y su mugre. 

El status quo ha muerto, el agua se lo ha llevado. 

Y Tiamat sonrío. 





viernes, 9 de noviembre de 2012

"Abulio, el inútil" por Irina Ráfols.

"Por eso di a luz a un libro autobiográfico, al que llamé: Abulio, el inútil. Donde describo cómo, desde la aparente inutilidad, se puede encontrar improvisadamente una vida llena de trascendencia. Y lo llené de inseguridades y contradicciones porque era humano. Le imprimí mis emociones y mis estados de ánimo. Lo colmé con huellas ajenas y mías porque el ser humano no puede vivir aislado y el protagonismo no surge sin los otros. Ansíe que pudieran caber en él quienes se sintieran desplazados, marginados o acorralados, los que quisieran huir como yo quise, los que quisieran encontrarse como yo mismo me encontré. Los que andan tras los caminos que otros delinearon, y los que se rebelan con todo derecho a no transitar el camino de los otros. La existencia no agota sus recursos, la imaginación puede regar todas las fantasías de la vida, volverlas de piel y huesos, dotarlas de espíritu, y hasta darles un nombre con el posible milagro de que algún hombre llegue a soñar con esa esencia creada y se la apropie.

Y así concluyo viendo un fluir de estados, de espejillos rotos que refractan una luz inesperada desde la oscuridad de voces y murmuraciones, de locura e inspiración. Es como armar un sólo hombre con todos los hombres del mundo, sentir que la vida está hecha de todas las vidas. Ninguna vale más que la otra, ningún ser es menos. Todos llevan dentro de sí el fuego del cambio, el don de la posibilidad, porque en realidad, si indagan, si lo experimentan con la suficiente sensibilidad y pasión, verán que no hay límites. Nada cierra las posibilidades de ser. Nada estará definitivamente dicho mientras el hombre exista"  




¿Te da ganas de leer más? Te recomiendo adquirir esta novela: "Abulio, el inútil" de la escritora Irina Ráfols, nacida en Montevideo pero radicada en el Paraguay. Te paso su mini-curriculum:

Irina Ráfols nació en Montevideo en 1967. Desde hace varios años está radicada en Paraguay. Es licenciada en Letras, profesora en colegios y universidades. Dirige la Escuela de Escritores del Centro Cultural El Lector. En el 2004 publicó Esperando en un café (cuentos) segunda edición 2011; en 2005 publicó Desde el insomnio (poesías) y la primera edición de Abulio, el inútil (novela); en el 2009, Alcaesto (novela). Publica artículos sobre análisis y crítica literaria en diarios y revistas. 


¡A seguir explotando la literatura de estas tierras!


Amor Estoy Harto del Amor


Amor
Estoy harto del
Amor
Caldo de  cultivo de las rancias manifestaciones del espíritu
Monotonía y cacofonía
de las construcciones intelectuales del hombre.
Razón primera de la pobreza artística

Amor
Estoy harto del
Amor

No hablaré de él
Lo evitaré
No sucumbiré
a su enfermedad

Amor
Estoy harto del
Amor

¡Que se muera la cursilería!
¡Que las canciones románticas agonicen!
¡Que el mundo deje de pensar binariamente!
Que el Hombre sea Libre.

Amor
Estoy harto del
Amor

Que los artistas canten al Infinito
a la Libertad, a la Amistad
Hay tanto por escoger
Pero ¿por qué persisten en el Amor?

Enajenados, 
títeres veleidosos
homúnculos patéticos
¡Abandonad la opresión!

Amor
Estoy harto del
Amor







jueves, 8 de noviembre de 2012

El Hada de la Noche: Sinfonía n° 6 de Mahler - Andante Moderato

Este es un regalo que me hizo la Noche. ¡Qué gusto perderse y esconderse entre los sonidos de esta obra! Son escasísimos los placeres cómo estos.

Que la Noche te envuelva y su oscuridad te dé sosiego y reposo.


martes, 6 de noviembre de 2012

La muerte del lenguaje y su resurrección

Tarde o temprano, el lenguaje debe morir. Y aquí nos lo evidencia Beethoven, quien asesina la Palabra para luego hacerla resucitar de la mano de su asesina, la Música.


miércoles, 24 de octubre de 2012

Los artesanos de Abya Yala


Errantes, atravesando el incógnito mundo
dependiendo del azar de lo salvaje
tentando a las bestias
enterrando a sus hijos.

Mujeres que no sabrán si sobrevivirán
el inmisericorde invierno infinito.
Durmiendo con la muerte,
con el único consuelo de los dioses.

¡Ignoran que sembrarán la semilla
de grandes imperios!
Frágiles mortales
derribados fácilmente por el hambre.

Desconocen su destino,
solamente sienten el impulso de emigrar
Porque sus antepasados
así lo decidieron.

¡Busca el Sol!
¡Huye de la noche, castigo de los dioses!
Hacia el sur, porque estas tierras son malditas
Atrás quedaron los días cálidos

¿Hacia dónde vamos?
Dicen los niños.
Los pocos ancianos callan.
Pero los dioses responden

Hacia las Tierras del Sol
las Tierras Imperecederas
donde el alimento emana del suelo
donde los animales son abundantes

En esas Tierras te establecerás
serán tu refugio hasta el fin de tu raza
Levantarás cuevas con tus manos
y los niños no morirán.

Gobernarás la Naturaleza
Tu descendencia será como las estrellas
Y los animales te temerán
Soberbio te erigirás

Serás como nosotros
comulgarás con nuestro linaje
y al suspirar por última vez
contemplarás tu grandeza.


Dedicado al amigo Chéster Swann, que nos promete una obra exquisita sobre los orígenes de nuestro continente.


domingo, 21 de octubre de 2012

El discurso del Amo y Señor

El levantó su copa y exclamó:

"Sigamos haciendo las cosas tal como están. ¿Para qué gastar rebuscando soluciones? ¿Para qué idear nuevas maneras de hacer lo mismo y mejor? ¿Para qué buscar el progreso, si acaso la comodidad de lo existente nos da seguridad? ¿Por qué aventurarnos por un camino nuevo, persiguiendo quimeras, mirando el futuro, en vez de malgastar el presente? 

El presente es todo lo que existe. El futuro, que se lo vean nuestras crías y demás embriones que esperan su turno en venir. Es un desperdicio invertir esfuerzo siendo que es mejor reposar en el sistema, en el entramado ya organizado y eterno.


¿Para qué buscar hacer mejor las cosas? ¿Pobreza? Que se lo vean los pobres. Algunos no fueron lo suficientemente inteligentes, otros holgazanearon, otros fueron demasiado buenos en esta selva de depredadores, y otros solamente sacaron la mala lotería genética.


¿Contaminación? ¡Qué importa! Como dije, que se lo vean los futuros humanos. Lo que importa es el ahora, y extraer lo más posible del ahora. Si luego no queda nada, problema ajeno, no nuestro. Como quien llega tarde a un festín, que se conforme con las sobras.


No importa el mañana, no importa la especie, no importa el planeta, no importa el cosmos, no importa la vida. Tan sólo el ahora. Este instante, esta inmediatez. Por eso, es el peor sacrilegio perder tiempo buscando soluciones. 


No hacen falta soluciones, porque los problemas actuales no son problemas. Son situaciones que nos convienen. 


Que caigan naciones y pueblos enteros. Que se echen a perder vidas, si ha de ocurrir ello. 


Solamente importamos nosotros. Y lo que podamos robar, extraer y estrujar. Todo lo material que podamos acumular, sin importar a quien tengamos que pisotear y exterminar. Y hay que hacerlo lo más rápido e intensivo posible, porque la vida es breve. Y después de la vida no hay nada, solo el vacío silencioso de lo inexistente. 


Así que, apurémonos en nuestro exterminio. Si el planeta tiene que morir, lo mataremos. Si hemos de matar a nuestros hijos, que lo hagamos. Apurémonos antes que el tiempo reclame nuestros cuerpos. "


Y así dijo el Amo y Señor, y todos los que con él estaban reunidos, asintieron con una sonrisa.

En pocos siglos más, el Homo Sapiens cesó de existir, y su planeta, llamado "Tierra" por sus antiguos habitantes, quedó más muerto que un asteroide, más inhabitable que Venus y Júpiter.

Por suerte, nosotros no nos atrevimos a hacer contacto con esa especie.

Que el Cosmos se apiade de su memoria.


lunes, 15 de octubre de 2012

El Refugio del Fin del Mundo

En medio de la vorágine, ese que anuncia una convulsión, un colapso de nuestra paciencia y aguante, siempre estará el refugio. La última esperanza, donde reposar para retomar fuerzas.

Cuando el mundo parece martillarnos el cerebro despiadadamente, y uno va perdiendo las esperanzas en este conglomerado humano a una velocidad mayor de lo que uno quisiera, aparece esa chispa diminuta que es capaz de disuadirnos de tirar la toalla.

Sólo que esta chispa no es percibida a través de los ojos, sino que es escuchada. Una chispa sonora, que sana nuestros oídos cual bálsamo, y que nos hace olvidar de esas atrocidades a las que nos somete la necedad colectiva diariamente.

Esa caricia auditiva, ese masaje que penetra por los oídos y eleva nuestro corazón. He ahí el cielo cristiano, el Demiurgo platónico.

Y estoy hablando, cómo no, de la Música universal, de la que aspira a ser Arte y no mero consumo pasajero, por eso se le dice 'erudita'. No por la soberbia, sino por el sacrificio que demanda alcanzarla.

Para aquellos hastiados de escuchar bazofia por donde uno va, (en el colectivo, en la calle, en el auto,en la oficina, en el vecindario, etc), les ofrezco este remedio.

Considérenlo un arma para sobrevivir este fin del mundo. Digo "fin del mundo", porque vivimos una era donde no sólo se han olvidado las grandezas humanas, sino que éstas sufren de persecución y exterminio.

Contemplar y recrear la belleza, aspirar a elevarse y no conformarse con lo ofrecido, constituyen peligros en este fin del mundo.

Amantes de la Música Clásica, del Arte y la Cultura, estén donde estén, aquí tienen una nueva propuesta radial, para sanar el dolor de sus oídos y encontrar algo de paz en medio del tumulto.

CONCERT CLÁSICA






domingo, 30 de septiembre de 2012

Los dioses del desierto

Ra
Osiris
Horus
Seth

Sol de la mañana
victoria del ocaso
surcador de los vientos
protector de la muerte

Anubis
Isis
Tot
Ptah

Guía del Fin
Vientre de la tierra
Refugio de los sabios
Diseñador de las maravillas

Los dioses bendigan al paganismo
y lo que queda de él
Que el Sol siempre se levante
y dé su calor y fuerza a los hombres.








jueves, 27 de septiembre de 2012

Miedo al Progreso

Cuando uno vive en un hábitat donde el atraso constituye la gravedad, siente nostalgia por lo que nunca tendrá. Es un "nunca" que persistirá hasta mentes nuevas vayan sucediéndose a las actuales, tan apegadas a vivir en un pasado sin fin.

Este es un territorio geográfico que dice NO constantemente al progreso, que se niega a mejorar en lo más básico, y esta entrada es nada más que una queja estéril, una proclamación infructuosa de este hecho.









No es la imposibilidad de alcanzar la mejoría, porque se tienen los medios. Es la negativa, es la voluntad a persistir en este estado, es el temor, la fobia al futuro. Porque el peor miedo que existe, no es el miedo al fracaso, sino el miedo al éxito. Miedo, miedo, miedo. Es una palabra cruda, para la que no quiero buscar sinónimos ni suavizantes.

Ya no creo que exista remedio a esta situación. No hay medicación capaz de paliar o revertir esto, tan sólo queda esperar que el tiempo haga sucumbir al organismo ante el cáncer del atraso, y que tras el entierro del cadáver, venga otra generación, otra era, que inaugure el abrazo al progreso y al bienestar.

Para que algo nuevo surja, algo tiene que morir. Es la creación fundada en la destrucción. La muerte da vida. Y así tiene que cumplirse en este territorio. No hablo, por supuesto, de la muerte de individuos, personas. Hablo de la muerte de esas entidades mentales, de esas estructuras, que han atrofiado durante décadas las mentes de las personas de este territorio.

Estas entidades mentales son parásitos: esquemas que se alimentan de la fobia, la envidia, el odio, la suciedad, en fin, todo lo que podamos ver en un paseo por esta ciudad capital. Estos parásitos son los que hablan en las mentes de las personas, y les instan a no desviarse del camino actual. Les impiden vislumbrar y aceptar  lo nuevo, lo mejor, y les obligan a seguir reproduciendo lo peor, lo malo.

Estos parásitos instauran y ajustan las anteojeras del conformismo, así los habitantes se mantienen ciegos a las opciones, o por lo menos, las rechazan por ser foráneas a su modo preestablecido de pensamiento.

Ahí entra el código de la sumisión, tan profundamente escrito en los subconscientes de la masa. El código de la sumisión, otra manufactura de los parásitos aparte de las anteojeras, es lo que impele el comportamiento "a lo hormiga" de la masa. Digo, "hormiga", porque todos se desplazan igual, siguiendo la misma trayectoria, sometiéndose al código, sin intentar modificar ni mejorar en nada el comportamiento en sí.

Pero bueno, el "código de la sumisión" merece un extenso análisis aparte, que posiblemente no lo emprenda en solitario.

Ahora bien, los dejo con la nostalgia de lo inexistente, aquello que no podremos alcanzar mientras no mueran los parásitos, y surja otra era, en este territorio mediterráneo del sur de las Américas.

     Photo by DAVID ILIFF. License: CC-BY-SA 3.0














miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ser adulto y olvidar. Reflexiones de una post-adolescente.

Ser adulto.

Darse cuenta que nada es blanco o negro, sino que la realidad no es más que una escala de grises infinita. 
Nadie es enteramente bueno o malo, 
muchas veces ambas cualidades coexisten en la misma persona.


Darse cuenta que no hay nadie atrás
que te sostiene, sino que uno debe
erigirse en sostén de los demás.

La enfermedad ya no es sinónimo de osos de peluche, almohadas y caricias; sino muchas veces espanto, abandono y el peor terror que uno puede encontrar.

Que la verdad no es tal, y que decir la verdad es muchas veces    peor que mentir.

Que las discusiones no son para ser ganadas
ni ganar una representa tener la razón.
Que conviene ceder y callar.

Que la hipocresía es una moneda común
es la norma implícita de convivencia.


Ocultarse detrás de la
máscara de una ocupación o
posición jerárquica o económica
y perder el propio yo.


Que el amor es para muchos una
competencia de egoísmos,
un despilfarro de caprichos
y un ejercicio de mentiras
que uno mismo intenta creer.

Extraviar la propia identidad
y vagar en oscuros caminos ajenos.


Ser cómplice de la locura
y asesino de la creación.

              Ser adulto y olvidar.


viernes, 7 de septiembre de 2012

Prometeo, ¿vinimos de las Estrellas?

Y yo sigo con mi amor por la Ciencia Ficción. Hoy tengo ganas escasas de dejar registro por escrito acá. Me tomé unas pocas pausas de mis trabajos usuales por motivos de salud. Aparte de mi obligado trabajo pago de 10 horas, sigo trabajando con el guión de Caos Quest, además de seguir buscando publicidad y espacio en los medios para el manga. Continúo además leyendo libros y preparando algún próximo futuro libro mío. Y siempre planeando y pensando en contra de mi propia voluntad. 

Volviendo a la Ciencia Ficción, amo la Ciencia Ficción, pero me temo que no podré escribir en ese género, a no ser que me asesore debidamente. ¡Qué envidia! Sentir envidia sana de Isaac Asimov, ¿cómo se habrá sentido al escribir sus novelas? ¿Cuál habrá sido su pensamiento al terminar la "Fundación" y verla publicada? Es como estar en la cúspide de la humanidad y señalar el camino. Asimov señaló muchos caminos en verdad: la robótica, la colonización en el espacio, Gaia. Me acuerdo de otros grandes nombres como H.G Wells, Arthur C. Clarke (cómo no), Robert Heinlein, y ootros grandes más que no me acuerdo ahora mismo (cierto, Julio Verne, el padre del género, o ¿no?)

Acá les dejo con la banda sonora de Prometheus. Esa genial película, que si no la vieron en el cine, ALQUILENLA en DVD. Vale la pena. Aunque no puedo evitar reírme un poco por las referencias bastante notorias (e implícitas) que se le hacen a Erich Von Däniken. Pero, si pensamos un poco, y dejamos de lado aquello que nos señalan como ridículo desde que tenemos consciencia: ¿No es tan descabellado pensar que tuvimos Creadores (Elohim) y que éstos procedían de las Estrellas?. ¿O qué dicen?

martes, 4 de septiembre de 2012

2001: A Space Odyssey (II) - Also Sprach Zarathustra

Redundaré en esta película por vez consecutiva. Es una película de culto para mí, una de las justificaciones -a mi modo de ver- del siglo XX. Una de las rocas de la cúspide cultural del siglo pasado.



En verdad, no es una película "gustable", carece completamente del sex-appeal de las películas contemporáneas: no hay acción, 3D, sexo, ni siquiera el argumento es entendible ni coherente a la primera.

Muchos huyen de aburrimiento, espanto y hasta tortura, al encarar 2001. El absurdo es abrumador desde el principio y muchos elementos se prestan más bien hacia la burla o parodia, antes que al entretenimiento. Hay quienes inclusive que experimentaron sufrimientos, similares al pánico, al intentar encontrar sentido a las incoherencias de la película.



Pero son precisamente estos elementos, que constituyen como una aparente superficie y máscara que ahuyenta a las mayorías, que hicieron que yo ame a esta película. Y hablo de amor. AMOR. No solamente me gusta 2001, sino que le declaro públicamente mi amor y reverencia, para pelada mía. Un amor que se acrecienta con cada vez que la aprecie, o que encuentre relaciones o referencias a ella en mi vida cotidiana. Una fuente inagotable de divagues, que siempre está presta a exprimirse. Divague, sí, divague es el nombre profano de lo que muchos llaman con el nombre de "Filosofía".

A ver, por ejemplo,  la banda sonora. ¿Es acaso coincidencia que Kubrick haya escogido a la monumental "Also Sprach Zarathustra" de R. Strauss? Por supuesto que es innegable la magnitud y la potencia de esta obra, hablando netamente de la música per se , pero, ¿qué me dicen de la referencia extramusical al controvertido Nietzsche? Es indiscutible el predominio del absurdo en 2001, pero en el Zarathustra de Nietzsche encontramos frecuentemente exaltaciones al sin sentido, odas al absurdo y por sobre todo, al caos.



¿Qué me dicen de la parte final, que transcurre en esa extraña habitación? Sí, tras haber llegado a Júpiter, David tiene esas singulares alucinaciones en la que se ve a sí mismo envejeciendo, en diferentes etapas de su vida. Y en su lecho de muerte, a edad avanzada, se le presenta el enigmático monolito (¿acaso una alegoría a la idea de un Dios?). Y David, al señalarlo, se transmuta en un ser superior luminoso: un feto suprahumano que se unifica con el Universo.

¡Qué mucho material para ejercer profanamente el divague! El monolito,cuya presencia perturba a la humanidad desde antes de sus inicios y hasta la era espacial, es una idea de algo superior, inexplicable, misterioso, que simula ser simple pero encerrando a su vez la complejidad más enigmática inimaginable. Es este monolito el que nos acompaña a lo largo de nuestra evolución, desde simios primitivos a seres posthumanos espaciales.

Luego le tenemos al malogrado HAL 9000, que se revela como la peor amenaza a bordo. La cúspide la perfección y superioridad humana, el ordenador HAL se descubre como no completamente infalible al dar un diagnóstico errado de un inconveniente técnico en la nave. Esto acrecienta sospechas y murmuraciones entre los inquilinos humanos del espacio, y ahí HAL emprende su venganza, demostrando sentimientos terriblemente antropomórficos. Desde el asesinato a sangre fría y crueldad, a la mentira descarada, y culminando con una escalofriante regresión a la infancia (si es que se puede decir que una inteligencia artificial haya tenido infancia), que es cuando HAL al "morir" entona una canción infantil que le enseñó su instructor:



Y es así, da para muchísimo la discusión de semejante obra audiovisual, opera magna de Kubrick y legado invalorable del siglo pasado. Bueno, ahora dejaré que el poder del poema sinfónico de Strauss defina lo que yo apenas he intentado atinar con simples y vagas palabras.

Buenas noches.



miércoles, 22 de agosto de 2012

El Hombre Mediocre Paraguayo

Dicen que la mediocridad es el refugio de los resentidos, de los envidiosos. Viéndolo así, la mediocridad tiene como requisito sine qua non, un espacio físico/mental delimitado y encerrado, que imposibilite visualizar todo aquello que no sea la mediocridad misma.

Pues bien, Paraguay se presta a ser ese espacio físico, pues es con todo derecho una isla. Una isla sui generis encerrada en tierra, sofocada por el calor, pero más que nada, por la actitud de sus habitantes.

Bueno, pasemos de lo general a lo específico, hablemos de la resistencia paraguaya, ya no al cambio, sino al curso natural de la vida. Todavía existen vestigios arqueológicos que caminan en nuestro suelo, que se aferran a actitudes mentales que impiden que Paraguay se cuente entre las naciones civilizadas.

Hoy quiero comentarles acerca de un individuo anónimo, cuyo nombre muchos lo gritarán al leer esto, que representa a muchos otros individuos, cuyo peso impiden al país levantarse.

Por culpa de individuos como éste, el Paraguay no progresa y no está a la altura de las grandes naciones del mundo.

Podremos considerar a este individuo como víctima de una cultura anterior a él, pero yo lo veo como victimario, como reproductor de una visión y una filosofía destructiva.

Tal filosofía destructiva, que aún tiene sus adeptos en el país, parte de esta premisa: la premisa de que somos un pueblito. Un pueblito -es decir, ese espacio físico/mental delimitado que permite el cultivo de la mediocridad- individualiza a sus habitantes. En un pueblito deben ser pocos, sino uno sólo el que "sobresale".

En este pueblito, que presenta características del Medio Oeste, las pocas personas que alcanzan "logros" se sienten con derecho a abarcarlo todo, negando paso y cerrando espacio al progreso de los demás, de las generaciones futuras. De esta manera, como en el Medio Oeste, el individuo "exitoso" (que realmente es mediocre) al verse amenazado por otros mejores que él, arremete contra ellos impidiendo su existencia en el pueblito. Porque el pueblito es suyo, es de él, y sólo de él. 

Así vemos que los mediocres consideran que la única manera de salir adelante, y revolcarse en su "éxito", es pisoteando a los demás. Pisoteando cabezas. Por eso los mediocres no se contentan con ejercer, mal que mal, su "arte", y suelen ejercer la docencia. Porque la docencia es poderosa e influyente. Porque la docencia es el arma más efectiva para acabar con quienes vienen detrás, para acabar con una competencia mejor, y para asegurar la supremacía de la mediocridad.

Bien sabemos que "una sola gaviota no hace la primavera", pero ellos siguen insistiendo con este modelo de reproducción de mediocridad, y de reducción de número. Por esta única razón, Paraguay dista mucho de ser un productor de cultura, arte y ciencia.

Reflexionemos por qué Paraguay no se codea con las naciones civilizadas y veremos que es porque es incapaz de producir primaveras por culpa de almas mediocres y resentidas como esta.





miércoles, 8 de agosto de 2012

Música

Dicen que la Música es el Arte Supremo, el Arte perfecto por sobre todos.

La música reside en el Tiempo, por eso está fuera del alcance de nosotros, porque nosotros perecemos en el tiempo, y sin embargo la Música subsiste.

La Música penetra en aquellos lugares inaccesibles, y es capaz de contar lo indecible, y superar con maestría a las torpes palabras y a cualquier otra imitación del mundo físico que pudiésemos realizar.

La Música simplemente se encuentra, ahí donde a nosotros nos es vedado el acceso.

Y tenemos que rogar para que Ella descienda, y sólo si Ella quiere, y nos encuentra dignos, vendrá.



Francesca da Rimini - Tchaikovsky. 

sábado, 4 de agosto de 2012

Un té de locos - "Si tú conocieses el Tiempo como yo"


Como he advertido anteriormente, en este blog pretendo presentar no sólo literatura propia, sino también, impropia. Y hoy quiero compartir un gracioso fragmento de la inolvidable historia de "Alicia en el País de las Maravillas", de Lewis Carroll (seudónimo del que fuera profesor de matemáticas Charles Lutwige Dodgon)

Alicia, aburrida, suspiró: 
-Creo que podría utilizar el tiempo en otras cosas -dijo-, en lugar de malgastarlo en acertijos sin solución.
-Si tú conocieses el Tiempo como yo -dijo el Sombrerero-, no dirías nada sobre malgastarlo. Él es así.
-No sé lo que quieres decir- dijo Alicia.
-¡Desde luego que no! -dijo el Sombrerero sacudiendo con altivez la cabeza-. Me atrevería a asegurar que tú ni siquiera has hablado con él.
-Quizá no -respondió Alicia con prudencia-, pero cuando aprendí música, aprendí como marcar el tiempo.
-¡Ah! ¡Eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. Él no soporta que le marquen. Ahora, si tú mantuvieses una buena relación con él, haría con el reloj casi todo lo que tú deseases. Por ejemplo, imagínate que fueran las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las lecciones. Sólo tendrías que lanzarle una indirecta y, en un abrir y cerrar de ojos,  el reloj daría la vuelta y...¡La una y media, hora de comer!
-Ojalá fuese así -murmuró la Liebre de Marzo para sus adentros.
-Eso sería realmente fantástico -dijo Alicia pensativa-: Pero, entonces, no tendría hambre.
-Al principio quizá no -dijo el Sombrerero- pero podrías dejar que fuesen la una y media tanto tiempo como tú quisieras.
-¿Así es cómo usted lo maneja? -preguntó Alicia.
El Sombrerero sacudió tristemente la cabeza:
-¡Yo no! - respondió -. Discutimos el pasado marzo, justo antes de que se volviese loca -señalando con la cucharilla a la Liebre de Marzo-, fue en el gran concierto que dio la Reina de Corazones y yo tenía que cantar:

¡Brilla, brilla pequeño murciélago!
¿Me pregunto qué estás haciendo?



-¿Sabes por casualidad esta canción?
-Creo que la he oído -dijo Alicia.
-Sabes, entonces, que continúa así -siguió el Sombrerero:

Vuelas, allí por encima del mundo
como una bandeja del té en el cielo.
Brilla, brilla...

En ese momento el Lirón se estremeció y empezó a cantar entre sueños:
-Brilla, brilla, brilla, brilla...- y siguió cantando durante tanto rato que tuvieron que pellizcarle para que dejase de cantar.
-Bien, pues apenas había terminado la primera estrofa -dijo el Sombrerero-, cuando la Reina se levantó  y se puso a gritar : ¡Está matando el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!
-¡Qué salvaje!- exclamó Alicia.
-Y desde entonces -siguió diciendo tristemente el Sombrerero-, el Tiempo no hace nada de lo que le pido. ¡Ahora son siempre las seis!.