jueves, 27 de septiembre de 2012

Miedo al Progreso

Cuando uno vive en un hábitat donde el atraso constituye la gravedad, siente nostalgia por lo que nunca tendrá. Es un "nunca" que persistirá hasta mentes nuevas vayan sucediéndose a las actuales, tan apegadas a vivir en un pasado sin fin.

Este es un territorio geográfico que dice NO constantemente al progreso, que se niega a mejorar en lo más básico, y esta entrada es nada más que una queja estéril, una proclamación infructuosa de este hecho.









No es la imposibilidad de alcanzar la mejoría, porque se tienen los medios. Es la negativa, es la voluntad a persistir en este estado, es el temor, la fobia al futuro. Porque el peor miedo que existe, no es el miedo al fracaso, sino el miedo al éxito. Miedo, miedo, miedo. Es una palabra cruda, para la que no quiero buscar sinónimos ni suavizantes.

Ya no creo que exista remedio a esta situación. No hay medicación capaz de paliar o revertir esto, tan sólo queda esperar que el tiempo haga sucumbir al organismo ante el cáncer del atraso, y que tras el entierro del cadáver, venga otra generación, otra era, que inaugure el abrazo al progreso y al bienestar.

Para que algo nuevo surja, algo tiene que morir. Es la creación fundada en la destrucción. La muerte da vida. Y así tiene que cumplirse en este territorio. No hablo, por supuesto, de la muerte de individuos, personas. Hablo de la muerte de esas entidades mentales, de esas estructuras, que han atrofiado durante décadas las mentes de las personas de este territorio.

Estas entidades mentales son parásitos: esquemas que se alimentan de la fobia, la envidia, el odio, la suciedad, en fin, todo lo que podamos ver en un paseo por esta ciudad capital. Estos parásitos son los que hablan en las mentes de las personas, y les instan a no desviarse del camino actual. Les impiden vislumbrar y aceptar  lo nuevo, lo mejor, y les obligan a seguir reproduciendo lo peor, lo malo.

Estos parásitos instauran y ajustan las anteojeras del conformismo, así los habitantes se mantienen ciegos a las opciones, o por lo menos, las rechazan por ser foráneas a su modo preestablecido de pensamiento.

Ahí entra el código de la sumisión, tan profundamente escrito en los subconscientes de la masa. El código de la sumisión, otra manufactura de los parásitos aparte de las anteojeras, es lo que impele el comportamiento "a lo hormiga" de la masa. Digo, "hormiga", porque todos se desplazan igual, siguiendo la misma trayectoria, sometiéndose al código, sin intentar modificar ni mejorar en nada el comportamiento en sí.

Pero bueno, el "código de la sumisión" merece un extenso análisis aparte, que posiblemente no lo emprenda en solitario.

Ahora bien, los dejo con la nostalgia de lo inexistente, aquello que no podremos alcanzar mientras no mueran los parásitos, y surja otra era, en este territorio mediterráneo del sur de las Américas.

     Photo by DAVID ILIFF. License: CC-BY-SA 3.0














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