El ágora en la Grecia Antigüa era el centros neurálgico de la polis
, allí donde los ciudadanos convergían cotidianamente y entablaban relaciones.
En las antípodas, y siglos posteriores, surgió el Coliseo, en donde los romanos
disfrutaban de sangrientos escenarios brindados por el Emperador, para fines no
tan constructivos.
Es inconcebible despertar un día y vernos limitados al contacto humano
disponible solo al alcance de nuestros sentidos: así vivían nuestros padres, y
así fue conformada la historia de la humanidad. Los humanos hemos llevado
milenios contactándonos sin instrumentos mediatos que permitan la
instantaneidad, y -lo que es más asombroso- la ubicuidad.
En un década hemos vencido siglos y milenios de costumbres que regían
nuestras relaciones interpersonales. Y el panorama se ve incierto. El hombre, zoon
politikon, animal de la polis y del lenguaje, encuentra hoy en día que la
polis es el mundo entero, disponible a través de unos clicks y unos
insignificantes tecleos. Mas ¿eso nos ha vuelto ciudadanos del mundo?
Por el otro lado, la figura del Coliseo. La cúspide del entretenimiento
vacuo y origen de la expresión “panem et circenses” (pan y circo), en donde los
antiguos emperadores latinos se deshacían en dadivosos espectáculos sangrientos
para distraer a la plebe. ¿Son las redes sociales Coliseos digitales donde,
bajo la tutela de los actuales “emperadores”, acudimos la plebe para
alimentarnos y retroalimentarnos de las funciones, repletas de morbo, que nos
arrojan los dueños de los modernos circos?
Michael Parenti -analista político y de medios de comunicación e historiador estadounidense- señaló en su
discurso en el Evergreen State College del 2012[1] “Lo
único que les importa a ellos es lo que estás pensando”. No lo que comemos ni las
demás acciones accesorias del día. ¿Quiénes son ellos? Los que deciden sobre
qué hablamos. ¿Cuál es la frase que utiliza Facebook para invitarnos a postear?
Exactamente: ¿qué estás pensando?
Facebook es definitivamente la personalidad del nuevo siglo -si
pudiéramos personificarlo, por supuesto-. Es la red social reina a la que luego
siguen Twitter, Instagram y LinkedIN. El -ahora- mito nos señala que surgió de
la mano de un joven héroe que abandonó la universidad y emprendió un periplo
sin parangón que lo volvería multimillonario y famoso: Mark Zuckerberg. Tal es el relato monomítico repetido por
doquier y hasta inmortalizado en Hollywood.
No nos podemos quejar de este invento surgido hace una década. Esta red
hace maravillas impensables: nos permite retomar el contacto con personas que
se nos extraviaron con los años. Acerca familias, amigos, conocidos y contactos
de toda índole. Nos da la ilusión de cercanía y sincronía con aquella porción
de la humanidad que hemos conocido o hasta deseamos conocer. ¿Cómo sería
comentarle este fenómeno a alguien de principios del siglo XX?
Mas Facebook es un monopolio. Ha adquirido aproximadamente 50[2]
empresas en sus pocos años de existencia, pero no solo eso, sino que detenta
una gran cantidad de datos. La pregunta clave es: ¿cómo un sitio de uso
gratuito ha convertido a un joven de 30 años en el Rey Midas? Lo cual nos
remite a: ¿quiénes pagan por estos datos y para qué fin?
Más allá de las respuestas, ¿cómo nos comportamos los usuarios en estos
recintos virtuales? ¿Las empleamos como verdaderas ágoras, constructoras de
ciudadanía y civilización? ¿O caemos en lo narcótico, catártico y espectacular
del Coliseo?
Los islandeses sí han sabido emplear estas redes -en medio de sus
limitaciones- como herramientas de genuina acción positiva en su país. “Las
redes sociales han transformado nuestras instituciones democráticas de tal
manera que lo que tiene lugar en las instituciones más tradicionales del poder
– el Congreso, los ministerios, incluso la Casa Blanca y el gabinete de mi
país- se ha convertido casi en un espectáculo secundario” afirmó el presidente
islandés Olafur Ragnar Grimsson a la CNN[3].
Islandia echó mano a las redes sociales para la redacción de su constitución,
en el 2011[4].
En 10 años, chateamos más en vez de hablar. Nuestros hábitos sociales se
han trastocado al punto de vivir pegados a los teclados y a los smartphones
para iniciar y mantener todo tipo de relaciones. Sin embargo, ¿podremos
trasladar eso al ámbito político? En el contexto “microsocial” las redes
supusieron una revolución. ¿Podrán hacer lo mismo en lo “macrosocial”? Tal
parece que aún no. A pesar del ejemplo islandés, la democracia digital o e-democracy
es aún tímida y marginal.
Aún no hemos sabido construir ágoras desde las herramientas actuales.
Esta humilde y falible observadora aventura que, en gran parte, somos
asistentes al Coliseo. Un Coliseo boyante en catarsis incoherentes, culebrones,
morbo y opinólogos estériles que no ha sabido estructurarse en un ágora
funcional a las necesidades de crecimiento y realización del individuo y de la
sociedad.
[1]http://seattlecommunitymedia.org/node/158478
[2]http://www.unocero.com/2014/03/30/el-monopolio-de-facebook/
[3]http://mexico.cnn.com/tecnologia/2011/10/22/las-redes-sociales-han-transformado-al-gobierno-presidente-de-islandia
[4]http://www.publico.es/internacional/islandia-redes-sociales-redactar-constitucion.html