Un día después, cuando el sol se asomó y descubrió su temple ante la pasada catástrofe, Utnapishtim González sobaba su tereré en su embarcación, que estaba encima de lo que otrora se conocía como "Plaza Uruguaya".
Orgulloso y tranquilo, no pudo creer aún que era quizás era uno de los pocos sobrevivientes de la antigua mesopotamia paraguaya, quizás el último varón adulto, y que después de él se hablaría de la "extinta raza paraguaya". En la memoria de sus hijos, Asunción no sería más que un mito de la estirpe de la Atlántida -sólo que sin sus adelantos ni nobleza ni belleza-.
Pero el problema radica en que la diosa Tiamat siempre aborreció la mesopotamia paraguaya, aún antes de que ésta existiese, cuando sus futuros habitantes eran aún pueblos nómadas con las carnes descubiertas.
Tiamat advirtió a los dioses Annunaki su odio por la mesopotamia paraguaya, especialmente a las gentes que emanaban de sus barros, por eso ella les suplicó que alejen esa abominable tierra de ella, y esa es la razón por la que la mesopotamia paraguaya nunca lindó con las pieles de Tiamat.
Sin embargo, la distancia sola no pudo hacer olvidar a Tiamat de su aversión por tal territorio. Las acciones de sus pobladores: antropófagos, usureros, ladrones, vulgares y enajenados llegaban al conocimiento de la diosa. Así, la diosa permitió el paso de toda clase de infortunios a sus fronteras a través de la ayuda del dios Enlil con sus imbatibles vientos, amenazando a sus pobladores.
Orgulloso y tranquilo, no pudo creer aún que era quizás era uno de los pocos sobrevivientes de la antigua mesopotamia paraguaya, quizás el último varón adulto, y que después de él se hablaría de la "extinta raza paraguaya". En la memoria de sus hijos, Asunción no sería más que un mito de la estirpe de la Atlántida -sólo que sin sus adelantos ni nobleza ni belleza-.
Pero el problema radica en que la diosa Tiamat siempre aborreció la mesopotamia paraguaya, aún antes de que ésta existiese, cuando sus futuros habitantes eran aún pueblos nómadas con las carnes descubiertas.
Tiamat advirtió a los dioses Annunaki su odio por la mesopotamia paraguaya, especialmente a las gentes que emanaban de sus barros, por eso ella les suplicó que alejen esa abominable tierra de ella, y esa es la razón por la que la mesopotamia paraguaya nunca lindó con las pieles de Tiamat.
Sin embargo, la distancia sola no pudo hacer olvidar a Tiamat de su aversión por tal territorio. Las acciones de sus pobladores: antropófagos, usureros, ladrones, vulgares y enajenados llegaban al conocimiento de la diosa. Así, la diosa permitió el paso de toda clase de infortunios a sus fronteras a través de la ayuda del dios Enlil con sus imbatibles vientos, amenazando a sus pobladores.
Así cada generación estuvo sometida a los peores de sus exponentes, devorando a los más débiles y privando a los restantes de las nociones elementales de la causa y el efecto y lo falso y verdadero. Los seres de barro mesopotámicos vivían en un mundo impregnado de mitos y estupidez, exceso y aniquilación, despojo e injusticia, pilares no sólo de su propia destrucción, sino la de aquellos que rozasen con ellos.
Tiamat un día, al ver esos patéticos homúnculos de barro deleitándose en las más subterráneas bajezas, que hasta avergonzarían a los demás miembros del reino animal compartir clasificación con tales entes, grito ¡BASTA!.
Con toda violencia arrojó a los océanos, elevó los lagos y desbordó los ríos, con la ayuda de su fiel esposo Apsu. Las olas adquirieron una monstruosa altura que pareciera que engulliría la tierra entera, sin embargo las aguas solamente apuntaron a aquella mesopotamia.
Pero muy antes de eso, Tiamat se dirigió a Utnapishtim, el único morador que la diosa apreciaba de aquella tierra, y entregándole un collar dijo: "Construye una embarcación, y sube en ella a los tuyos y tus animales. Sólo tú te salvarás, y de ti emanarán nuevas y mejores sociedades"
Así fue como ocurrió todo.
Así fue como desapareció aquel enclave de perpetua decadencia.
Fue el agua, no el fuego, el artífice de esa destrucción creativa.
El agua, en su nobleza, demostró el poder de la creación sobre lo creado. Con su impetuosidad calma y purificadora, arrastró consigo a esas criaturas y su mugre.
El status quo ha muerto, el agua se lo ha llevado.
Y Tiamat sonrío.