Finlandia y los demás países
nórdicos poseen en común un modelo económico que combina una economía de
mercado con un sólido Estado de Bienestar que garantiza plenamente los derechos
humanos de sus ciudadanos. Esta combinación acertada permitió que esta región
quede indemne a la debacle económica que afectó a los demás países
desarrollados tendientes a una economía más desregulada; países que delegan la
garantía de los derechos de sus ciudadanos a las fuerzas del mercado antes que
a la acción social.
Sin embargo, uno de los logros
más celebrados de la sociedad finlandesa ha sido el de alcanzar un sistema
educativo que ha granjeado el asombro del mundo entero, rompiendo mitos y
estableciendo un nuevo paradigma. Un paradigma más respetuoso del niño como
individuo y potenciador de su propio proceso formativo, pero sin dejar de proporcionar
una sólida red de contención parental y social. Un modelo que no es competitivo
sino colaborativo, opuesto al de países asiáticos como Corea del Sur y Japón,
que generalmente también encabezan los rankings de países con mejor educación.
El renombrado Informe del
Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o Informe PISA arroja
anualmente un listado de los países
encumbrados, que evidencia el posicionamiento de Finlandia entre los 10 mejores
durante varios años consecutivos hasta la actualidad.
Ahora bien, ¿qué podemos aprender
del país escandinavo? En primer lugar, la importancia de la familia como matriz
educativa en la vida del niño. El Estado de Bienestar suministra un importante
apoyo a los padres para que éstos puedan compaginar la vida laboral con la
familiar. Las guarderías son gratuitas o, en todo caso, el Estado puede
subsidiar a los padres para que éstas cuiden de sus hijos en la circunstancia de
no desear los servicios de una guardería. Asimismo, los servicios sociales
proporcionan a los recién nacidos un paquete de maternidad con ropas, una caja,
pañales y otros productos. Pero, igual de importante, cada niño recibe un
conjunto de libros como obsequio para comenzar la relación con la lectura desde
la cuna, literalmente.
Los niños no asisten a la escuela
sino hasta los 7 años, puesto que los primeros años de vida son considerados
como los más importantes en el desarrollo humano. El juego, el descubrimiento,
la curiosidad y el amor de la familia son estimados más importantes que una
escolarización prematura, pasiva y competitiva como la del modelo asiático.
El financiamiento de la educación
es también un aspecto clave. Todas las escuelas son gratuitas, sean estas públicas
o privadas, aunque el número de escuelas privadas es ínfimo.
El éxito de sistema finlandés
estriba en dos pilares fundamentales: el primero es considerar a la escuela
sólo como uno de los de los tres engranajes que proporciona educación, siendo
los otros dos la familia y la sociedad. Este enfoque desmonopoliza la presión
sobre la escuela, un mito muy perjudicial que poseemos en Latinoamérica, y
brinda una noción más holística de lo que significa la educación y la cultura.
El otro concepto es la alta estima
de la profesión docente a la que sólo se accede tras estudios de posgrado. El
prestigio del docente es reconocido socialmente y es una profesión altamente
remunerada por ser una ocupación de alto valor para la comunidad.
Por supuesto, no podemos considerar
a la educación como un hecho aislado en la sociedad finlandesa sin tomar en
cuenta las instituciones y la cohesión social que ha desarrollado el país. Un
país donde abundan las bibliotecas públicas densamente concurridas, y donde las
familias han hecho de ellas parte de su tradición.
Es por todos estos factores
previamente citados que Finlandia, gastando menos en educación que sus pares
desarrollados y con menos horas de clases, consigue una calidad ampliamente
superior al resto.
Es hora de que Latinoamérica, en
general, y el Paraguay, en específico, dejen de contemplar a la escuela como el
único eje de la educación. Es verdad, nuestras escuelas necesitan mayor
financiamiento, pero con más dinero solamente no solucionaremos el gigantesco
problema del analfabetismo funcional imperante.
La profesión docente debe
replantearse y por sobre todo, debemos
instaurar un Estado de Bienestar acorde a nuestras condiciones, para construir
una sociedad solidaria y amiga de la educación. Es que hay cosas tan importantes,
como la educación, que no podemos librarla a la incertidumbre del lucro.
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