He
finalizado la lectura de esta novela obesísima - con mil y pico de páginas- y
tal suceso no podía ser ignorado en mi historia. Necesito dar una vista atrás,
recapacitar si tales meses invertidos (en total, sumando y restando, estimo que
resultaron casi 2 meses) fueron desperdiciados o valederos.
Primero
que nada, ¿por qué emprendí esta gimnasia ocular? “La rebelión de Atlas” (de
ahora en más LRDA) no tiene una especial importancia en la historia de la
literatura -seamos sinceros- pero sí en la pugna ideológica del siglo XX. Ayn
Rand ante todo fue una filósofa e ideóloga, no una malabarista de la ficción, y
todas sus obras se encaminaron, no al goce estético ni al entretenimiento
intelectual, sino a la propaganda. ¡Y qué más que “La rebelión de Atlas”, su
ópera prima!
Pero
no quisiera abordar ahora el “Objetivismo” (sistema filosófico) construido por
Rand. Quisiera dar un vistazo más bien literario a lo que fue LRDA, si es que
eso es posible. Pero me temo que no lo es. He buscado críticas que aborden la
literatura (no la ideología) dentro de esta mini-necrópolis de árboles, pero
las he encontrado muy pocas y demasiado breves.
Es que
no es posible. En primerísimo lugar: LRDA NO es en realidad una novela, aunque
aparente serlo. Es un manifiesto ideológico disfrazado, “novelizado”. Pero no
una novela, u obra literaria per se.
La apariencia
de novela sirve apenas como un vehículo, un mero instrumento, para que Rand
ilustre su credo, y como tal, todo recurso literario empleado está subordinado
al objetivo real propagandístico de este escrito mayúsculo.
Si a
algo pudiera compararse LRDA, no es a una novela de Orwell o Kafka, sino a la Biblia cristiana o al Corán;
es decir, a un texto religioso. No porque el ideario randiano sea similar al
cristiano o musulmán –muy por el contrario-, sino porque este libro se
encuentra lleno de recitaciones, prédicas, redundancias, diálogos altisonantes
e inverosímiles, y más aún: personajes tan similares unos a otros que
parecieran ser “clonados” o “calcados”.
Por
otra parte, el libro sí es empleado como una especie de “escrito sagrado” entre
los cultores de Rand, y de los defensores del capitalismo laissez-faire más radical. Aquí, en esta obra, la autora emplea personajes
y situaciones que ejemplifican y ponen en acción su filosofía. Aunque en la
práctica nos encontramos, la mayor parte de las veces, con sermones –no
precisamente cristianos – de varias páginas de extensión, en donde se exaltan
los postulados objetivistas, siendo los más citados el egoísmo y el
capitalismo.
Los personajes
Empecé
entusiasmándome por la protagonista Dagny Taggart: esa mujer fuerte e
inteligente que es la directora de facto de la Taggart Transcontinental
– sí, es una chica de alcurnia. Luego por Francisco D’Anconia, de más alcurnia
que Dagny. Ambos me compraron desde el principio por sus caracteres rebeldes y
sobresalientes. En especial la heredera Taggart: fue una gratísima sorpresa
para mí encontrarme con un personaje femenino de tanto porte, para una época en
donde la mujer es apenas un adorno del escenario.
Y
desde aquí comienzo a pintar mis impresiones no tan positivas. Aunque cada
personaje demostró cierta individualidad al principio, todos a la larga
terminan siendo clones unos de otros, pese a las diferencias de género, nombre
y profesión.
Dagny
Taggart, Hank Rearden, Francisco D’Anconia, John Galt, Ragnar Danneskjöld,
Midas Mulligan, Ellis Wyatt, es decir, todos los Atlas, son iguales. Piensan,
actúan, sienten y se expresan igual. Lo que los distingue es, por supuesto sus
nombres, y las relaciones que asumen entre ellos. Ellos son los Atlas, los
superhombres (incluyo a las mujeres) capitalistas: los empresarios, las élites.
Los practicantes del egoísmo y los opositores y exterminadores de toda forma de
altruismo.
Una
conversación entre los Atlas puede parecer más bien un monólogo. Las mismas
expresiones que uno encuentra en un Atlas, son repetidas hasta el hartazgo por
todos los demás Atlas en las páginas siguientes (“compruebe sus premisas”, “la
realidad existe”). El vocabulario es el mismo, los sentimientos y pensamientos
son calcados y coincidentes siempre.
Quizás
Rand no quería personajes que brillen por su individualidad compleja y
realista. No quería personajes conflictivos humanamente, con defectos y
limitaciones. Rand quería, a lo mejor, arquetipos, dioses, que sirvan solo como
transmisores de la
Verdad Revelada objetivista.
Así
como todos los Atlas son clones, los villanos: los “saqueadores”,
colectivistas, altruistas, son todos igual de patéticos. No existen claroscuros:
todos es blanco o negro. Los capitalistas, héroes individualistas, dioses
vs los saqueadores, colectivistas altruistas. Para los dioses,” la realidad
existe”, y lo repiten cual martilleo insistente. Para los saqueadores, “la
realidad es una ilusión”, y también lo repiten monótonamente. Por ningún
lado nos salvamos del concierto de loros.
Y por
supuesto, no pueden faltar quienes estén en medio: los comunes, quienes deben
elegir entre los dos bandos planteados. Estos ‘comunes’ son los hombres-ganado:
los empleados, la clase media mediocre, los obreros más despreciables aún por
ser remedos de humanos, apenas distinguibles de los animales. Son esas vidas
que siempre deben ‘sacrificarse’, porque no valen la pena y no merecen existir
– que es lo que Rand nos da a entender explícitamente cuando hace el recuento
de los insignificantes pasajeros que van a morir en el tren, en la parte 2 del
libro terminando el capítulo 7 –.
Entre
los ‘comunes’ debo citar a Eddie Williers, el hombre mediocre más importante del
libro, quien toma partido incondicional por los Atlas, hasta el punto de no
importarle su propia vida. Eddie Willers es empleado de la Taggart Transcontinental
y está secretamente enamorado de Dagny, y desde luego que no la merece. Dagny
es una diosa, un arquetipo, sólo puede estar en los brazos de sus iguales: los
Atlas Francisco D’Anconia, Hank Rearden y, por sobre todo, John Galt. Jamás va a mirar a un empleado a quien da
órdenes, que ha nacido para ser mandado. Un ser humano de segunda que solo
sirve de apoyo a los grandes visionarios que son los Atlas.
Así,
en realidad pareciera que los personajes no existieran como entidades individuales,
sino apenas como partes del todo que los representa. Los Atlas no serían más
que emanaciones del Atlas ideal, los saqueadores no son más que reflejos del
Saqueador último. Y los comunes,
homúnculos que proceden del barro homogéneo que los parió.
Los géneros dentro de la Rebelión de Atlas
Ayn
Rand quiso incluir elementos de diversos géneros en LRDA: a menudo nos
encontramos con romance, en otros momentos vemos algún que otro atisbo de
ciencia ficción, y una pizca de episodios detectivescos. Todo en un envoltorio distópico. Se pretendió armar una
sopa con el fin de, muy seguramente, otorgar una variedad que haga más o menos
interesante la filosofía para los tiempos en que se publicó originalmente.
Romance
En
cuanto a romance, en todas las parejas relevantes que vemos figura Dagny
Taggart: Dagny/Francisco; Dagny/Hank y por último Dagny/Galt. En los
diálogos de amor entre estos personajes se nota (con mayúscula) que Rand fue
guionista de cine en su época –allí por los 40, 50- puesto que encontramos
enunciados clichés-dramáticos propios del cine de esas décadas, pero con
añadidos filosóficos objetivistas
.
La
búsqueda de amor y placer de Dagny da para un ensayo autónomo, que no pretendo
hacerlo yo ahora. Dagny debuta en el amor con su amigo de la infancia Francisco
D’Anconia, también heredero de una poderosa empresa. Ambos emprendían aventuras
infantiles donde fantaseaban sobre su futuro como importantes titanes de la
industria, todo con miras a honrar a sus respectivos antepasados: Nathaniel
Taggart y Sebastián D’Anconia, forjadores de sus respectivas fortunas
familiares.
Francisco,
en cierta manera, representa la infancia de Dagny. Es su mentor, y con él –y
gracias a él – empieza a elaborar su filosofía de vida individualista, que
mantendrá de por vida. La juventud -y sus consecuentes responsabilidades como
herederos- termina separándolos; y unos años más tarde, Dagny vuelve a
encontrar a Francisco, pero esta vez irreconocible. Francisco, quien otrora
fuera un orgulloso heredero, inteligente y brillante promesa capitalista, se
transforma en un vulgar playboy derrochador, muy para desilusión de Dagny.
Hank
Rearden, pareciera simbolizar la juventud de Dagny. En él nuestra protagonista proyecta su propio afán por alcanzar sus ideales, buscando
una reafirmación para vivir de acuerdo a su propio credo. Hank es la fortaleza que
Dagny necesita para hacer frente a los saqueadores. Él es su compañero de
lucha, su cómplice, y juntos forman una alianza contra el derrumbe exterior
comunista. Sin embargo, Hank es apenas un presente fugaz para ella, un asidero
para aguantar mientras el derrumbe pasa, jamás lo vio como su ideal permanente.
Y
finalmente, John Galt, quien resulta ser la resolución y la cúspide de todos
los anhelos de Dagny. John Galt es el
paradigma individualista-capitalista masculino para Dagny, la convergencia de
lo más sublime y elevado, la más pura inteligencia con la más lejana visión
–por algo a la “Atlántida” se la llama también “la Quebrada de Galt-.. Dagny
cae rendida ante Galt, sin vacilar siquiera en convertirse en su sirvienta
durante un mes. Y, como era de esperarse, Dagny abandona a su anterior amante
por Galt.
Ciencia Ficción
La
ciencia ficción se presenta fugazmente en el metal de Rearden, pero no es sino
hasta las apariciones del motor de Galt y del proyecto X que este género se
constituye como una especie de “subplot”.
Pero
no lo hace de manera impactante ni verdaderamente relevante. Estos avances científicos ficticios son meros
instrumentos –excusas– para poner en acción la filosofía objetivista. No es
ciencia ficción como lo demostró en su momento el gran Asimov, donde la ficción
científica sí se convierte en el eje del relato, explotándose todas las implicancias
que el avance en cuestión representa en el universo construido en el relato. La
ciencia ficción queda relegada aquí, en nuestra novela randiana, a simple
fantasía que impulsa a los héroes en su lucha por la sociedad elitista y
egoísta que ellos tanto ansían.
Veredicto personal
No
todo me pareció “latoso” en este libro, que a simple vista parece un
diccionario –por lo voluminoso –.
Reconozco
la prosa aguda de Rand, esa prosa que convierte a cualquier oración en una
expresión memorable y penetrante, que convence por su despojo de toda artimaña
estética, desnudándose así su poder filosófico.
Es una
obra que invita a la más crítica reflexión sobre el ideario propuesto por Rand.
Ese organismo doctrinario hijo de Aristóteles, Nietzsche, Smith, Locke, y que
luego pariría a los actuales paladines pensadores del capitalismo laissez-faire.
Varias
de las proposiciones de Rand tampoco son de rechazar a vez primera, sin antes
masticarlas bien. Aplaudo su férrea defensa del individuo ante un mundo que intenta
disolverlo y manipularlo. Aplaudo además el hecho de que haya sido una mujer
intelectual que supo ganarse su lugar a través del solo poder de su intelecto,
sin importar su género ni el hecho de haber sido extranjera en la nación que la
propulsó (EEUU).
¿Vale
la pena esta lectura, según mi perspectiva? Depende. Un GRAN depende. Si uno busca literatura
principal y solamente -sin importar las connotaciones ideológicas y políticas-,
es decir, si uno sólo busca el placer de una buena historia bellamente narrada
y redactada, la respuesta es un NO. LRDA no fue elaborada para tal propósito.
Esta es una obra mayoritariamente tediosa, excesivamente extensa, donde se
narra, no una atrapante historia estéticamente agradable, sino una exposición
doctrinaria y filosófica, simbolizada por elementos novelescos.
Por otro lado, si uno está al tanto de la batalla de ideas de hoy en día, y quiere
conocer una de las obras más emblemáticas de uno de los actores ideológicos más
influyentes en esta guerra por la cosmovisión de los individuos –guerra afecta a todas las esferas de nuestras
vidas-, la respuesta es un SÍ obligatorio.
Por
más de que uno termine rechazando su propuesta vital, es menester conocer
primero el ‘sistema’ ideológico manufacturado por Rand leyendo esta novela. Y este sistema, así
como “La Rebelión
de Atlas” son, más que nada,
consecuencias de la vida y los tiempos de Ayn Rand.
Ayn
Rand, una muchacha rusa ilusionada por el sueño americano, sufrió en propia
vida las políticas comunistas de la extinta URSS, al expropiarse la farmacia de
su padre. Huyó a los EEUU deseando convertirse en una de las guionistas más renombradas
de la era dorada de Hollywood, y sin embargo, terminó legándonos una filosofía encerrada
en novelas. Esta misma muchacha, que tras padecer el radicalismo soviético, nos hereda otro manifiesto, diametralmente opuesto al comunista, pero tan extremo como
éste último.
_____________________________________________________