lunes, 22 de abril de 2013

El tiempo, las relaciones interpersonales y el verdadero amo de la humanidad.



Cuántas relaciones se desgastan por la falta de tiempo, se marchitan para luego morir lenta e imperceptiblemente en el silencio.

Es el tiempo el mayor condicionante para sostener relaciones. Para entablarlas no es necesario, sólo bastan las coincidencias y el azar de la vida para encontrarnos con gente más o menos afín, personas con las cuales ejercitar nuestra individualidad y disfrutar del hecho de estar vivos. Pero esos encuentros fácilmente se evaporan, el devenir diario los entierra y nuestra memoria los desecha para hacer lugar a cuestiones “más importantes”.

Estás cuestiones tienen que ver, por supuesto, con el trajín diario para procurarse la propia subsistencia. El accionar económico, el homo economicus que es el que termino imponiéndose por encima de los demás homo sapiens.  La humanidad está sometida a la economía. Así que, olvídense de la libertad. Por el momento es tan sólo una quimera encadenada.

Al hombre, como si fuera un caballo con sus gringolas, le fueron arrebatadas sus horas, y no puede ver otra cosa que esa meta monetaria que se aleja cada vez más y más.

El tiempo humano fue expropiado por la economía. Y por añadidura, todo lo que ese tiempo construye –las relaciones interpersonales-, todos esos edificios sólidos que requieren de los cimientos apropiados, no se vuelven más que endebles estructuras que ceden ante el movimiento más insignificante.

Esta visión economicista hace rato que desbordó su medio ambiente original –el mercado– para impregnar las otras dimensiones humanas y cosificarlas. Hizo de la familia un mercado, del círculo de amigos también un mercado, y de las relaciones desinteresadas un simple intercambio con miras a la usura.

La batalla por sobrevivir primero e intentar vivir después, y por sobre todo, no caer, es lo que me ha alejado de mucha gente. Y sé que muchos también están en lo mismo.

Así, me lamento, cómo se me escurren esas personas a las que en su momento prodigué tanto cariño. O al menos, cómo desaparecen de mi camino esas personas que si bien no aportaron cuantitativamente, sí lo hicieron cualitativamente. Esos seres que hacen olvidar las malas noticias de todos los días, y que otorgan una esperanza incalculable en nuestra especie.

Pero tengo que ponerme una meta: un café, un encuentro, una salida, una llamada.

Espero conseguirlo.

Recobrar el sentido humanista de la vida. 

Porque ser estúpido y reírse, disfrutando de lo pequeño y sencillo, es algo que solo los inteligentes y los libertos pueden hacer. 

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