martes, 16 de abril de 2013

Vista normándica del Atlas rebelde: "Crítica" amateur de La Rebelión de Atlas por Ayn Rand.


He finalizado la lectura de esta novela obesísima - con mil y pico de páginas- y tal suceso no podía ser ignorado en mi historia. Necesito dar una vista atrás, recapacitar si tales meses invertidos (en total, sumando y restando, estimo que resultaron casi 2 meses) fueron desperdiciados o valederos.

Primero que nada, ¿por qué emprendí esta gimnasia ocular? “La rebelión de Atlas” (de ahora en más LRDA) no tiene una especial importancia en la historia de la literatura -seamos sinceros- pero sí en la pugna ideológica del siglo XX. Ayn Rand ante todo fue una filósofa e ideóloga, no una malabarista de la ficción, y todas sus obras se encaminaron, no al goce estético ni al entretenimiento intelectual, sino a la propaganda. ¡Y qué más que “La rebelión de Atlas”, su ópera prima!

Pero no quisiera abordar ahora el “Objetivismo” (sistema filosófico) construido por Rand. Quisiera dar un vistazo más bien literario a lo que fue LRDA, si es que eso es posible. Pero me temo que no lo es. He buscado críticas que aborden la literatura (no la ideología) dentro de esta mini-necrópolis de árboles, pero las he encontrado muy pocas y demasiado breves.

Es que no es posible. En primerísimo lugar: LRDA NO es en realidad una novela, aunque aparente serlo. Es un manifiesto ideológico disfrazado, “novelizado”. Pero no una novela, u obra literaria per se.

La apariencia de novela sirve apenas como un vehículo, un mero instrumento, para que Rand ilustre su credo, y como tal, todo recurso literario empleado está subordinado al objetivo real propagandístico de este escrito mayúsculo.

Si a algo pudiera compararse LRDA, no es a una novela de Orwell o Kafka, sino a la Biblia cristiana o al Corán; es decir, a un texto religioso. No porque el ideario randiano sea similar al cristiano o musulmán –muy por el contrario-, sino porque este libro se encuentra lleno de recitaciones, prédicas, redundancias, diálogos altisonantes e inverosímiles, y más aún: personajes tan similares unos a otros que parecieran ser “clonados” o “calcados”.

Por otra parte, el libro sí es empleado como una especie de “escrito sagrado” entre los cultores de Rand, y de los defensores del capitalismo laissez-faire más radical. Aquí, en esta obra, la autora emplea personajes y situaciones que ejemplifican y ponen en acción su filosofía. Aunque en la práctica nos encontramos, la mayor parte de las veces, con sermones –no precisamente cristianos – de varias páginas de extensión, en donde se exaltan los postulados objetivistas, siendo los más citados el egoísmo y el capitalismo.

Los personajes

Empecé entusiasmándome por la protagonista Dagny Taggart: esa mujer fuerte e inteligente que es la directora de facto de la Taggart Transcontinental – sí, es una chica de alcurnia. Luego por Francisco D’Anconia, de más alcurnia que Dagny. Ambos me compraron desde el principio por sus caracteres rebeldes y sobresalientes. En especial la heredera Taggart: fue una gratísima sorpresa para mí encontrarme con un personaje femenino de tanto porte, para una época en donde la mujer es apenas un adorno del escenario.  

Y desde aquí comienzo a pintar mis impresiones no tan positivas. Aunque cada personaje  demostró cierta individualidad al principio, todos a la larga terminan siendo clones unos de otros, pese a las diferencias de género, nombre y profesión.

Dagny Taggart, Hank Rearden, Francisco D’Anconia, John Galt, Ragnar Danneskjöld, Midas Mulligan, Ellis Wyatt, es decir, todos los Atlas, son iguales. Piensan, actúan, sienten y se expresan igual. Lo que los distingue es, por supuesto sus nombres, y las relaciones que asumen entre ellos. Ellos son los Atlas, los superhombres (incluyo a las mujeres) capitalistas: los empresarios, las élites. Los practicantes del egoísmo y los opositores y exterminadores de toda forma de altruismo.

Una conversación entre los Atlas puede parecer más bien un monólogo. Las mismas expresiones que uno encuentra en un Atlas, son repetidas hasta el hartazgo por todos los demás Atlas en las páginas siguientes (“compruebe sus premisas”, “la realidad existe”). El vocabulario es el mismo, los sentimientos y pensamientos son calcados y coincidentes siempre.

Quizás Rand no quería personajes que brillen por su individualidad compleja y realista. No quería personajes conflictivos humanamente, con defectos y limitaciones. Rand quería, a lo mejor, arquetipos, dioses, que sirvan solo como transmisores de la Verdad Revelada objetivista.

Así como todos los Atlas son clones, los villanos: los “saqueadores”, colectivistas, altruistas, son todos igual de patéticos. No existen claroscuros: todos es blanco o negro. Los capitalistas, héroes individualistas, dioses  vs los saqueadores, colectivistas altruistas. Para los dioses,” la realidad existe”, y lo repiten cual martilleo insistente. Para los saqueadores, “la realidad es una ilusión”, y también lo repiten monótonamente.  Por ningún lado nos salvamos del concierto de loros.

Y por supuesto, no pueden faltar quienes estén en medio: los comunes, quienes deben elegir entre los dos bandos planteados. Estos ‘comunes’ son los hombres-ganado: los empleados, la clase media mediocre, los obreros más despreciables aún por ser remedos de humanos, apenas distinguibles de los animales. Son esas vidas que siempre deben ‘sacrificarse’, porque no valen la pena y no merecen existir – que es lo que Rand nos da a entender explícitamente cuando hace el recuento de los insignificantes pasajeros que van a morir en el tren, en la parte 2 del libro terminando el capítulo 7 –.

Entre los ‘comunes’ debo citar a Eddie Williers, el hombre mediocre más importante del libro, quien toma partido incondicional por los Atlas, hasta el punto de no importarle su propia vida. Eddie Willers es empleado de la Taggart Transcontinental y está secretamente enamorado de Dagny, y desde luego que no la merece. Dagny es una diosa, un arquetipo, sólo puede estar en los brazos de sus iguales: los Atlas Francisco D’Anconia, Hank Rearden y, por sobre todo, John Galt.  Jamás va a mirar a un empleado a quien da órdenes, que ha nacido para ser mandado. Un ser humano de segunda que solo sirve de apoyo a los grandes visionarios que son los Atlas. 

Así, en realidad pareciera que los personajes no existieran como entidades individuales, sino apenas como partes del todo que los representa. Los Atlas no serían más que emanaciones del Atlas ideal, los saqueadores no son más que reflejos del Saqueador último.  Y los comunes, homúnculos que proceden del barro homogéneo que los parió.

Los géneros dentro de la Rebelión de Atlas

Ayn Rand quiso incluir elementos de diversos géneros en LRDA: a menudo nos encontramos con romance, en otros momentos vemos algún que otro atisbo de ciencia ficción, y una pizca de episodios detectivescos. Todo en un envoltorio distópico.  Se pretendió armar una sopa con el fin de, muy seguramente, otorgar una variedad que haga más o menos interesante la filosofía para los tiempos en que se publicó originalmente.

Romance

En cuanto a romance, en todas las parejas relevantes que vemos figura Dagny Taggart: Dagny/Francisco; Dagny/Hank y por último Dagny/Galt.  En los diálogos de amor entre estos personajes se nota (con mayúscula) que Rand fue guionista de cine en su época –allí por los 40, 50- puesto que encontramos enunciados clichés-dramáticos propios del cine de esas décadas, pero con añadidos filosóficos objetivistas
.
La búsqueda de amor y placer de Dagny da para un ensayo autónomo, que no pretendo hacerlo yo ahora. Dagny debuta en el amor con su amigo de la infancia Francisco D’Anconia, también heredero de una poderosa empresa. Ambos emprendían aventuras infantiles donde fantaseaban sobre su futuro como importantes titanes de la industria, todo con miras a honrar a sus respectivos antepasados: Nathaniel Taggart y Sebastián D’Anconia, forjadores de sus respectivas fortunas familiares.

Francisco, en cierta manera, representa la infancia de Dagny. Es su mentor, y con él –y gracias a él – empieza a elaborar su filosofía de vida individualista, que mantendrá de por vida. La juventud -y sus consecuentes responsabilidades como herederos- termina separándolos; y unos años más tarde, Dagny vuelve a encontrar a Francisco, pero esta vez irreconocible. Francisco, quien otrora fuera un orgulloso heredero, inteligente y brillante promesa capitalista, se transforma en un vulgar playboy derrochador, muy para desilusión de Dagny.

Hank Rearden, pareciera simbolizar la juventud de Dagny. En él nuestra protagonista  proyecta su  propio afán por alcanzar sus ideales, buscando una reafirmación para vivir de acuerdo a su propio credo. Hank es la fortaleza que Dagny necesita para hacer frente a los saqueadores. Él es su compañero de lucha, su cómplice, y juntos forman una alianza contra el derrumbe exterior comunista. Sin embargo, Hank es apenas un presente fugaz para ella, un asidero para aguantar mientras el derrumbe pasa,  jamás lo vio como su ideal permanente.

Y finalmente, John Galt, quien resulta ser la resolución y la cúspide de todos los anhelos de Dagny.  John Galt es el paradigma individualista-capitalista masculino para Dagny, la convergencia de lo más sublime y elevado, la más pura inteligencia con la más lejana visión –por algo a la “Atlántida” se la llama también “la Quebrada de Galt-.. Dagny cae rendida ante Galt, sin vacilar siquiera en convertirse en su sirvienta durante un mes. Y, como era de esperarse, Dagny abandona a su anterior amante por Galt.

Ciencia Ficción

La ciencia ficción se presenta fugazmente en el metal de Rearden, pero no es sino hasta las apariciones del motor de Galt y del proyecto X que este género se constituye como una especie de “subplot”.

Pero no lo hace de manera impactante ni verdaderamente relevante.  Estos avances científicos ficticios son meros instrumentos –excusas– para poner en acción la filosofía objetivista. No es ciencia ficción como lo demostró en su momento el gran Asimov, donde la ficción científica sí se convierte en el eje del relato, explotándose todas las implicancias que el avance en cuestión representa en el universo construido en el relato. La ciencia ficción queda relegada aquí, en nuestra novela randiana, a simple fantasía que impulsa a los héroes en su lucha por la sociedad elitista y egoísta que ellos tanto ansían.


Veredicto personal


No todo me pareció “latoso” en este libro, que a simple vista parece un diccionario –por lo voluminoso –.
Reconozco la prosa aguda de Rand, esa prosa que convierte a cualquier oración en una expresión memorable y penetrante, que convence por su despojo de toda artimaña estética, desnudándose así su poder filosófico.

Es una obra que invita a la más crítica reflexión sobre el ideario propuesto por Rand. Ese organismo doctrinario hijo de Aristóteles, Nietzsche, Smith, Locke, y que luego pariría a los actuales paladines pensadores del capitalismo laissez-faire.

Varias de las proposiciones de Rand tampoco son de rechazar a vez primera, sin antes masticarlas bien. Aplaudo su férrea defensa del individuo ante un mundo que intenta disolverlo y manipularlo. Aplaudo además el hecho de que haya sido una mujer intelectual que supo ganarse su lugar a través del solo poder de su intelecto, sin importar su género ni el hecho de haber sido extranjera en la nación que la propulsó (EEUU).

¿Vale la pena esta lectura, según mi perspectiva? Depende. Un GRAN depende. Si uno busca literatura principal y solamente -sin importar las connotaciones ideológicas y políticas-, es decir, si uno sólo busca el placer de una buena historia bellamente narrada y redactada, la respuesta es un NO. LRDA no fue elaborada para tal propósito. Esta es una obra mayoritariamente tediosa, excesivamente extensa, donde se narra, no una atrapante historia estéticamente agradable, sino una exposición doctrinaria y filosófica, simbolizada por elementos novelescos.

Por otro lado, si uno está al tanto de la batalla de ideas de hoy en día, y quiere conocer una de las obras más emblemáticas de uno de los actores ideológicos más influyentes en esta guerra por la cosmovisión de los individuos –guerra  afecta a todas las esferas de nuestras vidas-, la respuesta es un SÍ obligatorio.

Por más de que uno termine rechazando su propuesta vital, es menester conocer primero el ‘sistema’ ideológico manufacturado por Rand leyendo esta novela. Y este sistema, así como “La Rebelión de Atlas” son, más que nada,  consecuencias de la vida y los tiempos de Ayn Rand.

Ayn Rand, una muchacha rusa ilusionada por el sueño americano, sufrió en propia vida las políticas comunistas de la extinta URSS, al expropiarse la farmacia de su padre. Huyó a los EEUU deseando convertirse en una de las guionistas más renombradas de la era dorada de Hollywood, y sin embargo, terminó legándonos una filosofía encerrada en novelas. Esta misma muchacha, que tras padecer el radicalismo soviético, nos hereda otro manifiesto, diametralmente opuesto al comunista, pero tan extremo como éste último. 




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