domingo, 1 de febrero de 2015

Relato de un sillón testigo



El sillón estaba abandonado mientras el inerte humano que lo acompañaba desperdiciaba su vida como rutina. Todos los días, durante horas, el viejo desangraba sus postreros segundos en pos de esas monótonas fantasías, contenidas en una extraña caja.
La señora no hablaba. Tan solo dejaba abandonado al enajenado anciano y se ocupaba de alguna que otra labor, desconocida, en el recinto de al lado.
El sillón esperaba, abrazando polvo y escuchando el silencio. Y un día, el mueble consciente, escuchó por primera vez la voz de la mujer. La sordera ambiental se agrietó súbita y suavemente. El timbre de aquel sonido engarzaba amargura, soledad y un halo de malicia.
-Toma esto, le dijo la canosa mujer al viejo, siempre prendido con la caja que tenía en frente.
El viejo sorbió la bebida que la mujer le había alcanzado, sin prestar siquiera atención al contenido de la taza. La maciza señora se retiró silenciosamente del departamento, llevaba consigo algo que el mueble no podía distinguir.
Minutos después, los brazos del hombre se desplomaron. Sus ojos se tornaron blancos y comenzó a moverse como serpenteando. Cayó de la silla y allí dio una extraña y violenta danza que luego lo dejó parsimonioso. Se quedó allí, como clavado. Como un mueble más.
La caja seguía farfullando y el sillón contemplaba la nueva posición de su compañero. Salvo su extensión en el piso, no había ninguna diferencia.

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